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Acalorado debate por la 1420

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Es en la década del 80 cuando ocurren dos hitos que transforman la educación: el Congreso Pedagógico y la ley 1420, de educación obligatoria, gratuita y laica. El congreso se realiza en medio de una exposición de industria, comercio, agricultura y artes sudamericana, lo que significaba que la educación debía articular con la producción, la ciencia y la tecnología.
Realizado por iniciativa de Domingo Faustino Sarmiento (ideólogo de la transformación educativa), el congreso fue inaugurado por el vicepresidente Eduardo Madero, y acudieron a él 250 delegados de todo el país, más expertos extranjeros. Sus temas fueron financiamiento educativo, métodos de enseñanza, formación docente, al gobierno popular de la educación, la escolaridad urbana y rural, entre otros. Los valores de la 1420 están ya plasmados en aquel debate como consensos de época.

En su participación durante aquel congreso pedagógico, el escritor Paul Groussac hizo una cruda descripción de la situación educativa primaria en el país. Sobre una población de 560 mil niños, concurrían a la escuela unos 80 mil. Decía Groussac: “Argentina está en la situación de un padre de 7 hijos que educa a uno solo rudimentariamente y deja a los otros en la más floreciente ignorancia”. A la hora de describir las escuelas del interior, las muestra sumidas en la precariedad: un cuarto, techo de paja, piso de ladrillos, pocas mesas, sin útiles. Los niños, en sus palabras, “no leen cuatro libros en su vida ni escriben cuatro cartas en el año”.

Los grandes cambios requieren de grandes debates. El congreso había sentado las bases para el cambio mayor: la ley 1420, a la que precede un intenso y brillante debate en el congreso nacional y una amplia participación de la opinión pública y de la prensa. Su artículo 8 es el que genera la mayor polémica: ordena que la enseñanza religiosa pueda ser dada por ministros autorizados (por el Estado) de los diferentes cultos “antes o después” de las horas de clases. La Iglesia busca mantener su influencia en el acontecer público del país y en las vidas privadas.

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Algunos diarios defienden el proyecto y otros lo atacan, como el órgano católico La Unión (donde escriben Goyena, Estrada y Navarro Viola, entre otros). Para ellos, la 1420 es “una ley impía, tiránica”. Pedro Goyena afirma que la Constitución es la de un pueblo católico, invocando a Dios como “fuente de toda verdad y justicia”. Sin vueltas, considera “atea” a la ley propuesta y que Estado neutro es sinónimo de Estado ateo.

Goyena invoca a Belgrano y a San Martín, recordando que rezaban luego de las batallas, y remarca que la Constitución llama a sostener el culto católico. “Una escuela sin Dios no servirá jamás sino para hacer bajar el nivel de la civilización”, argumentaba Goyena en el congreso nacional. Filosóficamente, estaba rechazando el Estado liberal porque éste se permitía legislar con entera prescindencia de la idea de Dios.

En la vereda de enfrente, está nada menos que el Gobierno. Eduardo Wilde, el ministro de instrucción pública de Roca, argumenta que Estado e Iglesia son poderes separados, y que la moral es independiente de la religión. De forma pragmática, propone que la enseñanza de una religión podría ser un inconveniente para la libre afluencia de inmigrantes, una de las políticas de Estado clave de la época. Sarmiento estaba distanciado de Roca, pero éste abrazaba sus ideas educativas.

El gran debate de la 1420 es el laicicismo, la idea de construir un Estado-nación a través de la escuela pública obligatoria sin la intervención directa de la religión. Se trataba de crear adhesión a una nación por encima de la adhesión a identidades particulares, sean religiosas o étnicas. Al crear el Estado educador, se encuentra la fórmula para garantizar la neutralidad y abrir la puerta a una nación que integra a todos sin distinciones.

*Historiador.