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Cuando un plan interrumpe al otro

Aguantar: la pregunta es para qué

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“Tuve que poner seis horas a los pibes de sistemas a cruzar a los que compran divisas con los que cobran alguna ayuda social; encontramos unos veinte tipos que se nos habían pasado, pero ahora ya está”. El esfuerzo tecnológico que relata un funcionario de un banco estatal del centro del país para cortar la sangría de esos US$ 4 mil mensuales y así cumplir con las últimas restricciones cambiarias refleja lo delicado de la situación, que se resume en un verbo omnipresente en la economía argentina, no importa cuando leas esto: aguantar.

“Esas serían medidas para aguantar, y nosotros no vinimos a aguantar, vinimos a tranquilizar la economía”, había dicho el domingo pasado en La Nación el ministro de Economía, Martín Guzmán, al negar que fueran a imponer los controles sobre el dólar ahorro que finalmente sí se anunciaron y lo dejaron pedaleando en el aire 48 horas después. Es que el paquete de anuncios del Banco Central y la AFIP para desalentar la compra de dólares para atesoramiento o los gastos en moneda extranjera con tarjeta vino lisa y llanamente a interrumpir la estrategia del que fue ministro fuerte por unas horas luego del arreglo con los acreedores.

Es muy loco lo que pasó. El mismo mediodía del martes antes de los anuncios se estaba desplomando la cotización del dólar financiero legal, el llamado contado con liquidación que surge de comprar un bono en pesos y venderlo afuera por divisas, alternativa muy  usada por empresas o fondos de inversión. Había bajado incluso a menos de $ 120. Las intervenciones vía venta de bonos de entes oficiales estaban haciendo asumir pérdidas a muchos que habían entrado a $ 135. La diferencia con los dólares oficiales estaba bajando a menos del 70%. El riesgo país tenía sus primeros días en 1.000 puntos básicos, 50% por debajo de la previa del acuerdo con los acreedores que tanto esfuerzo le costó a Guzmán.

La estrategia apuntaba a que, de a poco, una nueva tranquilidad emergiera de las variables macro hasta convencer a las familias de que no tenían que organizarse más como comandos exprimecupos para comprar todos los dólares posibles. Podría llevar un mes y medio o dos. Podría costar otros US$ 2.000 millones más de microfuga, “pero el que se pone nervioso pierde”, suele decir un economista y consultor que cree que las nuevas medidas complican más de lo que ayudan a parar la pérdida de reservas. No ve claro que apacigüen la expectativa de devaluación, generan la percepción de un gobierno desesperado y pueden hacer que alguno vaya a retirar los depósitos. Desde el miércoles varios bancos registraron más pedidos de turnos para ir a las sucursales en los próximos días. Veremos  para qué.

El  tema es que nervioso o no, al ver la salida cotidiana de divisas, el Presidente decidió reemplazar la terapia de mediano plazo por la amputación directa de los compradores que presionaban tanto en el mercado financiero como en los homebankings. Sin los fondos extranjeros en el contado con liquidación y con la mitad o más de los que venían comprando los US$ 200 fuera de juego al excluirse a todo aquel que tuvo media ayuda del Estado en la pandemia, el Banco Central buscó mejorar su poder de fuego para intervenir  en ambos mercados y ganar tiempo hasta que llegue el ingreso de dólares en algún momento. Todo con el objetivo de convencer a exportadores y ahorristas de que no va a haber una devaluación brusca, para que unos vendan y otros no compren más a cualquier precio  en una cueva.

Es  temprano para sacar conclusiones, pero en los primeros días del cepo de Alberto, volvió a crecer la brecha cambiaria, el riesgo país subió a 1.200 puntos básicos y encima se siguieron yendo divisas a manos de los importadores que siempre olfatean antes los  saltos abruptos del tipo de cambio y buscan cubrirse. Además habrá que ver si la obligación de las compañías de refinanciar las deudas en moneda extranjera que vencen hasta marzo próximo no se transforma en un tiro en el pie: como ahora tiene que patear los  pagos, un laboratorio que le venía comprando a un proveedor indio a 180 días, ahora tiene que pagar todo cash. O sea que necesita los dólares ya.

Las fugas. Para ser buenos, las tensiones con el dólar no son más que el capítulo mil de la serie de siempre, algo que tal vez por la pandemia y las restricciones sanitarias que nos han cambiado la vida acentuaron una sensación de esto-no-se-arregla más que se  potencia al ver a las fuerzas políticas mayoritarias jugando al “pero ustedes” mientras nos cocinamos a fuego lento: unos ponen un supercepo, los otros le dicen “pero ustedes” lo pusieron antes, “pero ustedes” se endeudaron y la fugaron, “pero ustedes” rifaron  el superávit energético, y así. Aburren y esa desazón cruza entonces a algunos sectores de la sociedad que tienen las necesidades básicas satisfechas y que buscan distintas formas de no estar acá. Unos compran una moneda que les dé ilusión de futuro. Otros  sueñan con la pobreza estable de empezar de cero en Europa. Los más pudientes cruzan el charco impositivo a Uruguay. La multinacional levanta la filial local.

Según la Real Academia Española, la primera acepción de la palabra “aguantar” incluye “sostener, sustentar, no dejar caer” y tal vez ahí se crucen las miradas de Guzmán y Pesce y hasta se resuma el problema de fondo que surge de esta y todas las medidas de nuestra  eterna emergencia. Si la coyuntura obliga una vez más a aguantar, las preguntas surgen del diccionario: ¿para qué estamos evitando caer?, ¿qué modelo de crecimiento, inclusión y generación de divisas buscamos sostener después?