COLUMNISTAS
GASPAR PRIM

“Ahora, parece que cada chiste necesita un abogado antes”

Empezó su trayectoria en redes casi por casualidad y hoy es uno de los youtubers más picantes del país. Dice que con todas las veces que lo cancelaron, ya tiene para hacer una novela, y rescata a varios de los capocómicos clásicos del humor argentino. Mano a mano con Gaspar Prim, creador de “Gaspi”, el personaje que encuentra en lo políticamente incorrecto un motor y un objetivo.

2023_12_16_gaspar_prim_cedoc_g
Gaspar Prim. | cedoc

—Hablame de la prehistoria de tu vida como youtuber.

—Me crié y viví siempre con mi vieja en el Tigre, los dos solos, sin un mango. Todos los veranos me iba de vacaciones a lo de mi papá, que vive en Puerto Madryn. La única plata que me pasaba mi viejo era para que lo vaya a ver en las vacaciones, y el resto del año se hacía el boludo. Resulta que un verano me hinché las pelotas de ir al sur y, en una charla con mi vieja, me propone pasar las vacaciones en un monoambiente temporal del microcentro porteño durante un mes: así de deprimente como suena. Una decisión que no tomaría nadie en la vida. (Risas). Pero, como tenía 17 años, me entusiasmaba la idea de irme a vivir solo, por lo menos por un tiempo. Aparte, para alguien que vivió toda su vida en el Tigre, capital era un mundo desconocido, similar a los Estados Unidos. Mi madre me pagó con lo justo el monoambiente –bastante barato y horrible–, en la calle Corrientes. Estuve comiendo arroz y fideos todos los días, porque no había plata, ya que mi mamá se había gastado lo que tenía en el alquiler. Acá es donde arranca todo. 

—¿Cómo exactamente?

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

—Cada vez que bajaba a comprar comida o a caminar por la Ciudad, notaba que pasaban cosas muy bizarras a mi alrededor. La gente hablaba sola, había situaciones totalmente absurdas que incluían, por ejemplo, travestis desnudos en la calle. Un día, entré a un outlet de la calle Florida, donde vendían de todo… ¡Pero realmente de todo! En una góndola había peluches para niños y en otra, ubicada justamente al lado, consoladores y látigos sexuales. Me impresionó y me pareció tan, pero tan gracioso, no solo por eso, sino por la gente que atendía, que allí es donde me dije a mí mismo: “la próxima salgo con la cámara”. Y así fue: empecé a grabar de manera casera con mi celular todos los días cada vez que salía a la calle, y a compartirlo en mi Instagram. Al principio, nadie daba bola, hasta que los videos se fueron haciendo virales. 

—¿Tenías un objetivo claro al compartir ese material?

—No, no había un propósito. Simplemente, si algo me hacia reír, lo grababa y lo compartía. Creo que es algo que pegó porque nadie más lo hacía en ese momento. Poco a poco, empecé a agregarle sutilmente humor negro y a ridiculizar más a la gente, sin que ellos se dieran cuenta. Por ejemplo, la vez que grabé a unas señoras bolivianas que estaban en la 9 de Julio protestando en contra del aborto. Las dejaba hablar, ridiculizándose solas, haciendo, por mi parte, un personaje de boludo e ignorante. Seguramente, cuando me fui, ellas pensaron que yo era un idiota, pero cuando subí el video a mi Instagram, la gente se reía de ellas, entendiendo el código.  

—Supongo que, a partir de esto, tu vida cambió rotundamente.

—Empecé a hacerme conocido y me pedían fotos, pasé de comer fideos con arroz a hacer canjes por comida de mejor calidad. Luego, logré enganchar un espónsor, que me permitió pagar otro mes más en ese horrible monoambiente temporal, pero que tantas alegrías me trajo. Por otro lado, mi madre de 60 años no entendía absolutamente nada. Le expliqué que me estaba yendo bien haciendo esto y que no volvía a Tigre. Se puso contenta. A partir de ese momento, viví siempre solo. 

—Y ¿cómo fue evolucionando lo que hacías?

—Seguí grabando situaciones en la calle, que se hicieron aún más virales, se compartían por todas las redes y el nombre Gaspi se empezó a popularizar. “Gaspi es algo nunca visto. Un personaje muy sociable que graba cosas bizarras en la calle. A la gente que lo sigue le causa risa”, fue la biografía que me puse en ese momento, así me definía. Bastante boludo. (Risas).

Con el tiempo pensé en aprovechar todo esto, que fue tan espontáneo. Darle forma apuntando a un formato no tan casero. Quería hacerlo más profesional, con más calidad y en otra plataforma que fue y es YouTube. También, por supuesto, tenía la idea de poder monetizarlo mejor. Para llevar todo lo que era Gaspi en ese entonces a YouTube, se me ocurrió parodiar al periodismo, con una especie de programa. Hacer entrevistas en la calle, vistiéndome como un periodista serio que, en realidad, de serio no tiene nada. Luego conocí a Gustavo, mi mejor amigo y mi productor actual. Un enfermo mental con un sentido del humor muy parecido al mío (Risas). 

—¿Cómo se conocieron?

—A Gus lo conocí chateando, siempre se reía de todo lo que publicaba. Éramos amigos virtuales, nunca nos habíamos visto en persona. Él me había contado que había estudiado cine, entonces le conté el proyecto que yo tenía para YouTube. Un día, decidimos juntarnos para conocernos y me dijo: “llevo la cámara por las dudas”. Buscando una cafetería por microcentro, vemos mucha gente reunida en el Obelisco. Nos acercamos, preguntamos por qué protestan y nos cuentan que son peruanos y que están festejando. (Nunca entendí qué festejaban hasta el día de hoy). Bizarro total. Automáticamente, Gus sacó la cámara, el micrófono y grabamos tres horas de material. Ese fue el primer video que hicimos. Ni bien terminamos le dije: “tenemos que laburar juntos”. Creamos el canal en YouTube “Gaspi”: Gus graba y yo entrevisto. Los videos tienen una duración de no más de treinta minutos y son como un programa/show, en el que el protagonista soy yo, jugando a ser periodista, haciendo todo lo que un periodista no debe hacer. Fui entrevistando a todo tipo de personas en la calle, con el objetivo de mostrar la realidad del país en las calles o en diferentes barrios a través del humor ácido, de cierto sarcasmo. O quizás, somos dos hijos de puta burlándonos de la gente y llenándose de guita. Pero eso lo dejo a su criterio. (Risas).

—Lo cierto es que lo que armaron juntos funciona muy bien.

—Sí. Hablando en serio, con Gus nos complementamos muy bien trabajando, compartimos gustos y somos muy observadores, nos encantan las caras raras, los personajes distintos al común, los viejos y, por, sobre todo, los dos tenemos una atracción particular por la gente hija de puta. (Risas). Nos reímos de la “hijaputez”. Entonces, le agregamos ese condimento al personaje de Gaspi, haciendo que el tipo sea un sorete y tenga un humor muy ácido o negro. Pero obviamente, es un personaje sarcástico que gasta a todo el mundo y siempre sale bien parado. Por eso resulta chocante para cierta gente, que no entiende que es un personaje. Pero nosotros hacemos lo que nos causa gracia y en los videos hay una búsqueda deliberada de lo políticamente incorrecto.

—¿Hay artistas por fuera de internet que sean inspiradores para vos?

Sí, siempre me gustó el humor absurdo, bizarro y prohibido. Es lo que más me hace reír. De chico, mi vieja me mostraba Todo x dos pesos, Cha cha cha, Tangalanga, y estoy muy agradecido con ella por eso. Pero te diría que mis verdaderos referentes son las caricaturas. Sobre todo Ren y Stimpy. He sacado muchas cosas de ahí, y voy a seguir sacando. De más grande, fui conociendo muchos comediantes y productos que me encantan, destaco a Tom Green, a Filthy Frank, a The Eric Andre Show. Y últimamente estoy riéndome muchísimo –e inspirándome– con las películas de Olmedo y Porcel. Me encanta ese humor reventado y nefasto. Me atrae el humor de una época donde la gente miraba, se reía y fin. 

—¿Tenés alguna definición preferida de lo que hacés?

—Hay muchas formas de analizarlo, hay formas de explicarlo, pero siento que no me toca a mí hacerlo. Que lo haga la gente. Para mí, los creadores más boludos son los que se definen, agarran un nombre de moda y lo distribuyen. Yo simplemente me pongo un traje, salgo a la calle y si algo me da gracia, lo subo a internet.

—¿Qué pensás de lo que se entiende por cultura de la cancelación?

—Hoy, hacer humor es como jugar al fútbol en un campo minado, nunca sabés cuándo algo va a explotar. Antes, hacíamos un chiste y era solo eso, un chiste. Ahora, parece que cada chiste necesita un abogado antes de salir a la cancha. El humor siempre fue sobre reírse de la vida, de nosotros mismos, y a veces, del otro. Es como el personaje del “Contra” de Calabró, que se reía de todo y de todos, pero sin mala leche. Ahora, parece que se perdió un poco eso de “reírse con” y se pasó a “ofenderse por”. Hay que entender algo: el humor es subjetivo, como el gusto por el dulce de leche. Lo que a uno le parece gracioso, a otro le puede parecer un bodrio. Y está bien. Pero de ahí a cancelar a alguien hay un gran paso. Es como si, en un asado, te quejaras del punto de la carne y terminaras echando al asador. Todos tenemos un megáfono gigante en nuestras manos, gracias al celular.

—¿Qué opinión te merece ese humor medio pedagógico y “buenito” que es como la antítesis del que vos hacés?

—Cada humorista es como un parrillero, cada uno tiene su estilo. Algunos van por el humor “buenito” ese que es suave como un bife de chorizo a punto. No es lo nuestro, pero entiendo que hay gente que lo disfruta. Es humor sin riesgos. Nosotros preferimos ser la entraña de la parrilla, que además de no ser un corte conocido, a veces da dificultad al momento de masticarla, pero no podés dejar de comerla y pedirla. Nos gusta jugar en la cancha del humor picante, ácido, negro, verde, ese que te hace reír y pensar al mismo tiempo. No es para todos, claro, como un buen whisky, al que unos aman y otros dicen que es alcohol etílico. 

—Lo que hacés tiene mucho de actoral ¿Te gustaría actuar, por ejemplo, en una película, serie u otros géneros o formatos?

—Con todas las veces que me cancelaron, creo que ya hicimos una novela. (Risas).

*Periodista, guionista y docente.