COLUMNISTAS
prejuicios

Apuntes de campaña

Javier Milei 20231122
Javier Milei | AFP

La generalización y la naturalización de la violencia verbal es un rasgo de época tan reconocible como reconocido. Alguien ofrece una opinión, desarrolla una postura, aporta determinada idea, y lo que recibe en buena medida a cambio es una andana informe de agravios destemplados. No es que haya en eso algo realmente nuevo, existe de larga data; lo que es más o menos nuevo, en todo caso, es su generalización y su naturalización.

Una parte importante del mecanismo de agresión establecido consiste en pretender que el agredido, cuando lo agreden, se la tenga que aguantar: calladito, de ser posible. Si reacciona, si responde, recibe ataques decuplicados o diagnósticos clínicos superficiales y a distancia (del tipo “narcisismo”, “egocentrismo”, etc.: meras coartadas de agresor). Le explican por añadidura que así son las reglas del juego, reglas que el agresor ha definido a su antojo y validado no se sabe por qué. Se afianza entonces una posición específica: la de aquel que debe resignarse a admitir con pasividad la denigración que otros le infligen.

No es solo rock and roll

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Es en ese sentido que me resultó preocupante la escena a la que se prestó Patricia Bullrich ante su agresor Javier Milei, todo indica que inducida por presiones de Mauricio Macri. Sé muy bien que fue un paso más que importante para lograr la maniobra política que permitió quitar al peronismo del gobierno. Y sé muy bien que quitar al peronismo del gobierno es para muchos argentinos una pasión política esencial; lo consideran el aspecto más importante de la política nacional, si es que no el único que importa (no se fijan, o se fijan poco, en lo que pueda suceder después). De manera que entiendo perfectamente bien el sentido de la treta perpetrada con ese fin, en lo que quiero detenerme ahora es en esto otro: en el componente de humillación de la escena mencionada.

Especialmente si se toma en cuenta que Patricia Bullrich, en uno de los pocos momentos lúcidos de toda su campaña presidencial (acaso el único), le espetó acertadamente a Sergio Massa que no hacía falta su intercesión viril para frenar la violencia misógina tan propia de Javier Milei: que las mujeres bien podían defenderse solas. Es doble el perjuicio, por ende, para una postura tan valiosa y necesaria, que ocasionó verla después sometiéndose al poder de su maltratador y ofrecerle un perdón lastimoso, todo indica que por compromiso. Algo en cierto modo tan humillante como las propias agresiones antes recibidas, mala señal en un sentido incluso político.