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Tal vez convenga revisar si, en el ámbito educativo, no nos hemos precipitado un poco (y quizás algo más que un poco) en el estímulo insistente del tan mentado pensamiento crítico. Y si, por así decir, no nos hemos pasado un poco de rosca (y quizás algo más que un poco) con el descrédito consensuado de la memorización. Sí, sí, claro que sí: es bueno alentar a los estudiantes a que piensen por sí mismos, y a que lo hagan críticamente; también es bueno que no repitan como loros ideas que en verdad no incorporan, y que puedan en cambio expresarlas con sus propias palabras.

Pero tal vez nos hemos pasado de rosca con lo de los loros y la repetición y con el decilo-con-tus-propias-palabras. Y descuidamos así ese tramo fundamental del aprendizaje y la comprensión de textos en el que resulta indispensable retener en la memoria cierta información y ciertos conceptos, y asumir que tales conceptos se expresan con ciertos términos específicos que pueden no ser intercambiables por otros.

Sin estas herramientas del proceso de lectura, difícilmente se alcance de veras la anhelada instancia del pensamiento crítico. A lo sumo se irá a parar, y sin dudas demasiado rápido, a la escena en la que alguien se expide dando categóricamente sus pareceres, sin haberse sin embargo detenido en la elaboración reflexiva de eso sobre lo cual se está expidiendo. La lectura, como tal, se aligera y se relega, e in extremis, hasta se anula: corre pronta o se elimina, para llegar lo antes posible al momento privilegiado del pronunciamiento personal, donde alguien profiere sus opiniones o, si se envalentona, sus drásticos veredictos, y lo hace “con sus propias palabras”.

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Si a eso hemos llegado en nombre del pensamiento crítico, tenemos cosas por revisar, porque qué pensamiento crítico puede haber sin un conocimiento detenido del objeto que se pretende pensar y criticar. ¿Tendrá algo que ver todo esto con la tendencia, hoy muy marcada, a comentar artículos o entrevistas o columnas (textos de mayor brevedad que un libro, con los libros tanto más) sin haber ido más allá del título, es decir, sin haberlos en verdad leído?

Todo esto es de por sí preocupante, pero lo es tanto más si se verifica entre funcionarios públicos, es decir, entre quienes asumen una responsabilidad política ante la sociedad y tienen en sus manos nada menos que los instrumentos del poder del Estado.

Sabemos que en la producción de conocimientos sociales ocupan un lugar fundamental los análisis de diversas expresiones artísticas y culturales, el estudio de sus valores, sus imaginarios, sus concepciones del mundo; porque todo esto atañe medularmente a la existencia de una sociedad. Y si bien esa clase de abordajes críticos tiende a privilegiar las obras de la así llamada alta cultura, la dinámica de los tiempos (del siglo XX y el XXI) indujo a ampliar el ámbito de estudio incluyendo producciones de la así llamada cultura de masas. Y es que incluso quien pretenda desdeñarlas, atribuyéndoles un grado de elaboración estética menor, no podrá sino advertir que su grado de incidencia social es mayor, por lo que es preciso tomarlas en cuenta. Pienso, por caso, en Adorno. En Theodor Adorno: el gran teórico de la Escuela de Frankfurt.

Pero pienso también en Adorni. En Manuel Adorni: el vocero del jefe de Estado, él mismo parte integrante del aparato estatal y su poder. Fue alarmante el desprecio petulante que el otro día manifestó hacia el campo de los estudios culturales como parte más que importante de la producción de conocimientos en la sociedad (estudios que se hacen en todas partes del mundo para indagar cómo pensamos o percibimos la realidad, la sociedad, la sexualidad, los vínculos, para indagar cómo nos pensamos a nosotros mismos). Pienso en la consideración también despectiva que el vocero del jefe de Estado soltó acerca de un ejemplo concreto de esta clase de estudios críticos, y en la que no dio muestras de estar al tanto más que del tema general del trabajo, apenas el título del texto. La crítica que así sin más descerrajó, siempre desde el poder del Estado, no pareció contar para nada con el respaldo previo de una lectura atenta y consistente, para darle a su objeción un sustento.

¿Cómo se corrige todo esto? Todo esto se corrige con más y mejor educación. Por algo la están desfinanciando.