La reciente difusión de los pobres resultados obtenidos por los alumnos argentinos en las pruebas PISA me llevó a pensar en Manuel Belgrano, quien tuvo una persistente obsesión por la educación (y por su calidad). Trascendió por otras razones (la bandera, la Primera Junta, las batallas), pero en la educación observamos uno de los puntos altos de héroe civil y del estadista que fue. Apuntar a mejorar la educación en las últimas décadas de la colonia era una audacia absoluta, porque se vivía en una sociedad rígida y estamental. El acceso a conocimientos era muy limitado, el rol del Estado era débil y sólo los más ricos podían educar a sus hijos. Hay una magistral descripción de Mariquita Sánchez sobre cómo se educaban los niños en la Buenos Aires virreinal: no había maestros, los alumnos llevaban su silla, el único libro era el catecismo, sólo se aprendía a leer y escribir, algo de aritmética, y las mujeres a coser y bordar.
Belgrano se rebela y plantea la imperiosa necesidad tanto de la educación básica como de la especializada y técnica, orientada al trabajo y a la producción. La Memoria que escribió Belgrano en 1796 es –según Mitre- “un vasto programa de educación pública”. Para Belgrano, el fin último de la educación era el trabajo, que a su vez era la “emancipación de los pobres”. En esa memoria, Belgrano relata su dolor al observar en la misma ciudad “una infinidad de hombres ociosos en donde no se ve otra cosa que la miseria y la desnudez”. Describe “miserables ranchos”, y “criaturas que llegan a la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad”, el “origen de todos los males de la sociedad”.
La respuesta es escuelas de primeras letras, con “gratuidad, calidad, cantidad”, que propone en “todas las ciudades, villas y lugares” en los que tenga jurisdicción el consulado de comercio. También propone la creación de cinco escuelas: de agricultura; de dibujo (al que considera “el alma de todas las artes”); de hilado de lana; de comercio; y de náutica. Para todas las ramas y niveles, propone el sistema de premios para fomentar la dedicación de niños, jóvenes y adultos en las diferentes tareas. “Jamás me cansaré de recomendar la escuela y el premio; nada se puede conseguir sin éstos”, escribe. Es crucial el rol que le adjudica al premio como estímulo para el logro de resultados en los estudios, e incluso al incentivo más determinante que es el de quedarse afuera por malos resultados: en la escuela de náutica era expulsado quien no aprobaba dos exámenes, y debía repetir el curso quien no superaba un examen. Una forma de meritocracia que apostaba por la calidad educativa y no solo por el permanecer. La mejora del rendimiento es su prioridad.
Belgrano va todavía más allá al incluir a las mujeres en el proceso educativo y productivo. Argumenta que son más necesarias escuelas básicas para niñas que una universidad en la capital, que solo “habría aumentado el número de doctores”, en lo que supone una defensa de la educación básica (incluyendo a las niñas) por sobre la universitaria. El 17 de marzo de 1810 el Correo de Comercio publica un artículo clave, titulado “Educación”, en el que Belgrano baja línea sobre sus objetivos: alfabetizar a la población y formar al hombre moral. En él le adjudica a la falta de educación “los horrores que observamos casi sin salir del poblado” y describe que la enseñanza “se halla en un estado tan miserable que casi se podrá asegurar que los Pampas viven mejor”. Su propuesta es que los Cabildos organizaran escuelas de primeras letras y las dotaran de recursos, con un sueldo de 200 pesos para el docente, la obligatoriedad de la educación y el mandato a los jueces de intervenir para hacer efectivo que los padres manden a sus hijos a clases. La educación debía ser gratis, salvo para “los padres pudientes”. “Nuestros lectores tal vez se fastidiarán con que hablemos tanto de escuelas”, escribe el 21 de Julio de 1810, semanas después de la revolución. Un país nuevo, argumenta, necesita “echar los fundamentos de la prosperidad perpetua” a través de la educación básica. Así, Belgrano trazaba una línea entre educación, trabajo, producción, ciudadanía y Nación. Como vocal de la Primera Junta, promovió la creación de la Academia de Matemáticas; cuando Mariano Moreno fundó la primera Biblioteca Pública, Belgrano donó 149 volúmenes de su propio patrimonio; cuando venció Salta y Tucumán decidió donar premio de 40.000 pesos que le otorgó la Asamblea para construir cuatro escuelas en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero.
Belgrano significa una transición entre la precaria educación colonial, con sus valores y rituales, y una educación independiente y progresista. Se anticipa al debate del siglo XIX que terminará en la ley 1420. Desde el pasado, nos recuerda que estudiar no es transitar la escuela, sino adquirir conocimientos que sirvan para ser ciudadanos integrados a la comunidad.
*Periodista e historiador. Autor de Belgrano, la revolución de las ideas (Sudamericana).