En 2006, Nouriel Roubini alertó a la opinión especializada respecto al riesgo de contagio de un crack en el mercado de las hipotecas subprime. Aquella intervención del economista turco en un seminario del Fondo Monetario, sería premonitoria de la crisis financiera global acontecida dos años más tarde. En su momento, ello le valió el apodo de “Señor catástrofe”. Por cierto, su producción intelectual no se detuvo ahí. Una década más tarde, Roubini publicó una nota de perfil más bajo, donde advierte acerca de la desaceleración de la productividad en los países desarrollados y sus consecuencias sobre la globalización, el libre comercio, las migraciones, las políticas pro-mercado y, en última instancia, en relación con la estabilidad social y política de los países occidentales.
En tal aspecto, el año pasado saltaron dos alarmas en el tablero político mundial que volvieron a jerarquizar el trabajo de Roubini. En primer término, el referéndum de salida del Reino Unido de la Unión Europea, puso en cuestión el proceso de integración más sofisticado a escala global. En segundo lugar, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos a partir de la bandera “América primero” y de su ácido cuestionamiento a la apertura migratoria y a los tratados de libre comercio, puso en jaque la idea de que el crecimiento y la reducción del desempleo de la administración Obama, bastarían por sí solas para garantizar la continuidad de sus políticas.
Parafraseando a un líder argentino, aquellas elecciones dejaron claro que con el crecimiento y la baja del desempleo no se come, se educa y se cura. También que era necesario focalizarse sobre el estudio de otras variables que pudieran explicar semejante rabia en aquella porción del mundo desarrollado. En ese sentido, el trabajo de Roubini pone el foco en la principal de ellas, la productividad, la contracara del bolsillo, la víscera más sensible de todas según la definición de otro dirigente nacional. En tal plano, la actual evidencia empírica internacional es contundente. Tanto el Reino Unido como Estados Unidos, forman parte de un grupo de países de mitad de tabla para abajo, donde la productividad del trabajo, ergo la plata en mano, viene creciendo sistemáticamente por debajo de países asiáticos como China y Corea, pero también versus países europeos como Polonia o Suecia.
En ese contexto, el Club de la Furia volvió a fortalecerse este año, mediante la incorporación de Francia y Alemania, dos socios que comparten la misma zona de descenso en la tabla, pero que les tocó más tarde su turno electoral. Sin embargo, a diferencia del Reino Unido y Estados Unidos, las fuerzas nacionalistas francesas y alemanas refractarias a la globalización, no lograron coronar en las elecciones de este año. En el primer caso, el Frente Nacional liderado por Marine Le Pen, adquirió la categoría de segunda fuerza, perdió su primer ballottage contra Emmanuel Macron y logró una expansión territorial suficiente para aspirar al poder en 2022.
Unos peldaños más atrás, Alemania no pudo evitar convertirse en el cuarto tanque mundial donde avanza con profundidad una fuerza política que anida facciones rabiosas contra el proceso de apertura a los flujos internacionales de migración y comercio, como Alternativa por Alemania. Más llamativo aún, si se tiene en cuenta que el sistema político alemán es un entramado de centro donde no participan fuerzas políticas extremas desde 1945. No obstante, Angela Merkel enfrentó con autoridad el desafío del cuarto mandato a caballo de innegables logros en el terreno económico como la reducción del desempleo, el crecimiento en su segundo mandato en el marco de una Europa estancada, así como la floreciente factura exportadora del potente complejo automotriz, químico, farmacéutico y metalmecánico localizado al sur y al oeste de Alemania.
De todos modos, el valor de tales activos puede ser insuficiente a futuro, tal como lo fue para Obama. En especial, si al combo de estancamiento de la productividad y de los salarios, se le agrega el proceso de concentración creciente de la riqueza.
Si bien lejos del contraste americano entre el 1% superior que gana US$ 1,3 millones al año versus el 50% inferior que gana un promedio de US$ 16 mil anuales, el 40% de la franja inferior de asalariados alemanes hace 15 años que no ve variar su salario ni en un euro.
En la medida que persista dicho proceso, es más factible que el Club de la Furia tienda a agrandarse que a achicarse, siendo Japón el próximo gran candidato a incorporarse. Muy probablemente, de la mano de Yuriko Koike, la carismática gobernadora actual de Tokio.
*Politólogo y analista internacional.
@DanielMontoya_