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Crisis de representacion

Círculo rojo

En 2001 Carmen Aristegui llamó Círculo rojo a un programa de Televisa dedicado a escudriñar lo que piensan las élites, que se hizo célebre cuando lo clausuraron por revelar la oscura biografía del sacerdote Marcial Maciel.

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En 2001 Carmen Aristegui llamó Círculo rojo a un programa de Televisa dedicado a escudriñar lo que piensan las élites, que se hizo célebre cuando lo clausuraron por revelar la oscura biografía del sacerdote Marcial Maciel. A partir de entonces el término se utilizó para aludir a élites que comparten creencias que las alejan de la mayoría de la población. En el pasado, los pocos que votaban discutían los temas que imponía una élite ilustrada: el laicismo, el comunismo, la doctrina social de la Iglesia, el capitalismo y otros semejantes. Actualmente votan todos y la mayoría prefiere conversar sobre deporte, música, vida sana, adelantos tecnológicos y cómo cazar pokemones. No decimos que eso sea bueno o malo, pero la verdad es que hay más jóvenes interesados en los youtubers que en la obra de Marx. El dato se vuelve importante si tomamos en cuenta que vivimos en sociedades democráticas en las que esas mayorías que eligen presidentes y otorgan gobernabilidad son autónomas, activas y no obedecen a nadie. Las élites existen, pero tienen menos poder que antes y necesitan volver a pensar su papel en la posmodernidad. Aquellas que representan a determinados sectores sociales necesitan aprender los códigos de comunicación de la nueva sociedad, para no aislarse y perder contacto con sus bases. Los intelectuales tienen ante sí una enorme tarea: ser capaces de cuestionar sus propias creencias, utilizar los métodos de la ciencia y colaborar en la gran tarea de comprender la nueva realidad en la que vivimos.

Existe una crisis de representación. Antiguamente, cuando había problemas, los líderes de la élite hacían un acuerdo y la sociedad se ordenaba porque la gente les obedecía. Actualmente la mayoría no quiere ser representada. Los indignados en sus distintas versiones y los procesos electorales en que triunfan candidatos que rompen las formas tradicionales son expresiones de ese tipo de ciudadano que rechaza la política tradicional. Hace poco parecía que las élites políticas de Brasil tenían un acuerdo para que Dilma siguiera en la presidencia. El problema estaba en la base: el 70% de ciudadanos quería su destitución y los dirigentes contemporáneos dirigen menos y leen más encuestas. Terminaron destituyéndola sin haber probado ninguna irregularidad importante en el desempeño de su cargo. No habría pasado lo mismo si conservaba el apoyo con que inició su mandato. En realidad la destituyeron porque le iba mal en las encuestas.

Aristegui tomó el concepto “Círculo rojo” del mito de Hermes Trismegisto, autor del Corpus hermeticum, conjunto de verdades reservadas a un grupo de elegidos. Su símbolo era el uróboro, una serpiente que forma un círculo al morder su propia cola. Algunos alquimistas, logias masónicas y grupos esenios medievales usaron como símbolo al uróboro, al que le pusieron el color rojo de la fragua. Los grupos herméticos, enfrentados con la Iglesia, fomentaron las ideas liberales, rindieron culto a la razón y usaron el término Círculo rojo para designarse a sí mismos y a los iluministas que luchaban en contra del oscurantismo. En los 60 sucedieron decenas de eventos que acabaron con las antiguas certezas. En ese torbellino, algunos grupos esotéricos anunciaron la llegada de la Era de Acuario y renació el uróboro con un nuevo círculo rojo que conocía verdades ocultadas por la CIA y el imperialismo acerca de civilizaciones perdidas, ooparts, alienígenas ancestrales y la captura de un ovni en Roswell.

Toda sociedad tiene su círculo rojo. En el nuestro conviven algunos anclados en el pasado, otros que impulsan utopías; unos se maravillan con Daniel Barenboim, otros rumian recuerdos escuchando a sus Satánicas Majestades, y hay quienes sienten el vértigo de la posmodernidad con Fuerza Bruta. También  están periodistas y escritores de todo tipo, con calidad intelectual que felizmente pueden hablar sin temores. Cada uno de ellos ve la sociedad a su manera y por eso es tan agradable leerlos, discrepar y decir con alegría que nuestro círculo rojo está vivo, candente como el uróboro flamígero de la fragua.

*Miembro del Club Político Argentino. Profesor de la GWU.