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Critiquemos sin ver

Hace poco en mi programa de radio inauguré una sección donde critico películas sin verlas.

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Hace poco en mi programa de radio inauguré una sección donde critico películas sin verlas. Hice eso con La mula, del gran Clint Eatswood. La analicé como una película de despedida –Clint tiene 90 años– y la comparé en cuanto a temática con Gran Torino –que sí vi y no me gustó–, ya que toca el tema de la xenofobia de manera lateral. Dije que Los imperdonables –diez estrellas– era una película donde Clint se despedía de las películas del oeste resignificando el género en un western crepuscular y que si se hubiese retirado ahí, la rompía.

Como cuando DC Comics lanzó un nuevo Batman, de cincuenta años, amargado y cínico. Dije que John Huston había hecho una gran película de despedida –Los muertos, basada en el cuento de James Joyce–, pero que esta de Clint no estaba a la altura en cuanto a nivel compositivo. Es que hay ciertas películas que uno no precisa ver para poder hablar de ellas en una charla de amigos. Le puse tres estrellas. Un amigo que la vio me dijo que estaba loco, que era genial. Le dije que no estaba loco, simplemente no la había visto.

También me gusta pensar que las películas buenas soportan el spoiler y las malas no. Que una película que tiene un trailer bueno es mala, y una que tiene un trailer malo, es muy probable que sea genial.

Imaginen un trailer para El sacrificio, de Andrei Tarkovsky.

También pienso que Hollywood suele premiar a la hora de los Oscar a los actores que preferentemente modifican su cuerpo: Brando en El padrino –pero jamás cuando era gordo de verdad–, Gary Oldman el año pasado y, probablemente este año, Christian Bale, ya que para su papel biográfico de vicepresidente de Estados Unidos tuvo que envejecer, engordar y casi desaparecer dentro de su cuerpo. Eso sí, es esencial que a la hora de la premiación el actor en cuestión haya vuelto a su forma original.

Si no, no vale. No se premia el realismo.