Lo que no puede evitar desde hace meses el presidente español Mariano Rajoy es hablar con subtítulos.
Diga lo que diga, en el Parlamento, en las conferencias de prensa que rehúye como alma que lleva el diablo, todo tiene subtítulos. Escribe, como decía Rulfo, tachando todo lo que dijo. Pero lo hizo con tinta que puede borrar.
Porque él mismo escribió esos subtítulos, cuando defendió a algunos de los personajes a los que apoyó y que luego fueron su dolor de cabeza. Ahora su cabeza depende de sus palabras, de que éstas sigan siendo utilizadas en su contra.
Su último dolor es Luis Bárcenas, el ex gerente y ex tesorero que ahora lo tiene bajo amenaza de muerte política, desde la cárcel. Rajoy lo ponderó, lo nombró y lo bendijo, y lo mimó incluso cuando ya se supo (como terminaron diciendo los suyos) que era un delincuente.
La bola de nieve de esas palabras, incluidos los mensajes de texto que el propio Bárcenas divulgó para avergonzar a su antiguo amigo, se volvió de tal manera contra el presidente español que ahora cualquier cosa que diga tiene dentro el estupor que padece.
La comparecencia parlamentaria de Rajoy, alentada por la oposición frente a la reticencia del partido gubernamental, el PP, fue la expresión más conspicua de este interlineado. Hasta cuando dijo que él no era culpable sonó por debajo una apelación: borren lo que dije. Me equivoqué, dijo. Demasiado tarde.
Se revuelve Rajoy como aquel Fernando de la Rúa final: en medio de la crisis económica, no me hagan esto, yo soy la solución. Me equivoqué pero no detengan la marcha de mi trabajo. La crisis es fuerte, y lo seguirá siendo, yo la atajo. Pero hay otros gobernantes, le dicen, él no ha estado a la altura. El cree que sí. Los suyos también: el discurso de excusas parlamentarias estaba hecho para ellos. Pero los subtítulos siguen arrollándolo.
Ahora ha producido la oposición socialista un curioso montaje: Nixon hablando en inglés, Rajoy en español; aquél diciendo que no era culpable, éste diciendo que no es culpable. En la baja frecuencia, aún se escucha a aquel patético De la Rúa. En medio del diluvio que cae, Rajoy sólo tiene un paraguas, que manejan los suyos. Pero el agua la controla Bárcenas. Y el agua en manos de un preso puede ser una condena muy peligrosa.
*Adjunto a la dirección del diario El País.