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confluencias

Doscientos años

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| Cedoc

Me fascina como lector, aunque me frustra como ciudadano, que el siglo XIX persista de manera tan obstinada como matriz de interpretación de las cosas que nos pasan. No estamos ahí, pero nos pensamos desde ahí. Acaso porque, en los recuerdos colectivos de un devenir como nación, el siglo XIX quedó fijado como la etapa de los proyectos, el tiempo de imaginar futuros; y el siglo XX, a continuación, como el tiempo de su realización –incesantemente fallida.

El ciudadano que soy se deprime en la más plena sensación de estancamiento. Pero el lector que soy se alboroza, reabre algún Sarmiento, reedita la puja de Alberdi y Mitre, no sale de “El matadero” (así como el unitario no sale del matadero), reescribe y relee gauchescas, agradece a David Viñas, a Oscar Terán, a Sarlo-Altamirano, a Tulio Halperín Donghi.

No salimos de civilización-barbarie, del rechazo a las invasiones inglesas, del recto sanmartinismo, de la frazada prestada de Belgrano, de los caudillos del interior, de la emigración a la Banda Oriental, de la conquista del desierto, la guerra al malón, la tara agrícola-ganadera, mueran los salvajes, viva la santa.

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De pronto, otro flash-back decimonónico aflora, el deja vu del déjà vu, una remake del artiguismo en el litoral. No me quejo, pero especifico: las causas populares de aquel siglo XIX no condujeron, ni aún podían, a una verdadera emancipación de las clases trabajadoras en el país. Nos resultan preferibles al rezago del sometimiento retrógrado por parte de los poderosos de antaño, eso está claro; pero esas luchas, siendo apreciables, no supusieron sino un avance hacia otro régimen de dominación. En su momento y en su contexto, trasuntaban pura potencia. Al retomarlas, dos siglos después, no es posible valorar sus alcances sin también considerar sus límites, sus dudosas confluencias entre dispares sectores sociales, sus ficciones de mancomunión que no  tardaron en revelarse ilusorias.