Sin casi haber podido disfrutar el receso invernal, el segundo cuatrimestre se nos vino encima. La semana pasada comenzamos a dictar la materia Literatura del Siglo XX en el Centro Universitario Devoto, para internos que cursan la carrera de Letras, estudiantes de otras carreras o simplemente oyentes.
Para ponerme en situación, miré algunas series carcelarias, la legendaria Oz (1997-2003) y la primera temporada de El marginal en la versión de Netflix. Las dos son fantasías deliciosas que naturalmente no me prepararon bien para el curso, salvo en el hecho de que las cárceles son, para quienes no las habitan, espacios imaginarios que se llenan de los deseos de la sociedad para las cuales existen. Para El marginal no hay redención posible, y educar en ese contexto es como escupir al cielo.
Sin embargo, vamos a Devoto a refrendar un compromiso con la educación pública que en los países latinoamericanos está siendo objeto de una violencia desconocida hasta ahora, más allá de la cuestión meramente presupuestaria. Se trata lisa y llanamente de la privatización de las actividades de enseñanza, investigación y extensión.
En las últimas semanas, la prensa brasileña informó sobre un proyecto del Ministerio de Educación para reformar la “autonomía financiera” de la educación superior pública federal, allanando el camino para el cobro de mensualidades a los alumnos.
Bolsonaro y Weintraub tienen la intención de liberar al Estado de su responsabilidad como garante de la financiación de la educación superior, profundizando los recortes ya iniciados (un 30% en mayo) y de poner fin a la carrera pública de los funcionarios federales de educación estimulando la incorporación de nuevos docentes a través del sistema de contratación privada.
Un programa como UBA XXII, que dicta carreras de grado con modalidad presencial y actividades de extensión en establecimientos del Servicio Penitenciario Federal para garantizar el acceso a la formación universitaria de personas que se encuentran privadas de su libertad ambulatoria desde hace 34 años, supone una imaginación muy diferente de la persona y de la educación de la que se puede ver en El marginal y de la que atenaza los ministerios de la derecha latinoamericana: la educación integra democráticamente.
De México a Argentina, los Consejos Universitarios repudiaron las medidas de Bolsonaro. Pero nada indica que Brasil no marque un rumbo que otros quieran seguir. En Argentina, por ejemplo, acaba de reformarse el sistema de categorización de investigadores para incorporar al beneficio de incentivos a docentes de universidades privadas y una encuesta realizada por el ex Ministerio de Ciencia y Tecnología proponía en cada uno de sus ítems (eran más de veinte) la conveniencia de que las empresas financiaran la investigación en las universidades.