La decisión de crear el Fondo del Bicentenario (FBDE) con reservas del Banco Central (BCRA), que pasarían al Tesoro, nos reenvía al crucial tema de la sustentabilidad económica –como marco más amplio del repunte en ciernes– que enfocamos en notas previas.
Adviértase alguna analogía de esta operación con aquella de 2006, cuando se pagó íntegra la deuda con el FMI, por más de US$ 9.500 millones, por medio de reservas del BCRA (a cambio de un título o “constancia” del Tesoro). Ahora, la apropiación de reservas es vía un fondo contingente. Lo que sí difiere fuerte es el contexto.
En aquel entonces, el modelo competitivo productivo neodesarrollista funcionaba a pleno, con sus puntales ligados al tipo de cambio competitivo (con la acumulación de reservas consecuente) y a la disciplina fiscal en nivel robusto. Atravesábamos el vórtice del sobrecrecimiento sostenido. Hoy, esa plenitud modélica se resintió y la robustez de las citadas variables decayó.
Ciertamente, se defendió en general las reservas del BCRA durante la crisis externa y el tipo de cambio, transitoriamente, y quizás a contrapelo de la postura inicial del BCRA y de las autoridades, mostró un ponderable ajuste de alrededor del 26%, que lo ubica en el presente en un sitial competitivo, no óptimo pero sí interesante. Revirtiendo algo el sesgo de apreciación evidente a comienzos de 2008.
En otras palabras, en 2006, la operatoria traducía, prima facie, una imagen de rebosamiento, de robustez estratégica y modélica apuntando al desendeudamiento, “descontándose”, entonces, el expedito ulterior reciclaje de las reservas usadas.
Hoy, el panorama es diverso, y la situación refleja, claramente, más estrecheces que en 2006. Fiscalmente, hemos seguido pagando vencimientos, en general, con recursos propios, pero, el superávit fiscal de base, como fuente medular al respecto, se contrajo nítidamente.
Luego, ¿hizo mal el Gobierno al plantear esta nueva operación? En sí mismo, ¡no! Pero para completar el “paquete”, debe cuidar seriamente las condiciones de sustentabilidad económica general. Por eso, volvemos al tópico tratado en otras entregas.
Incluso, en nuestra propuesta macroeconómica de meses atrás, expuesta también en esta columna, la recurrencia a las reservas del BCRA para encarar pagos figuraba como opción.
Pero esto se perfilaba en el seno de un esquema bastante más resuelto –anticipadamente– en lo cambiario y en lo fiscal de lo que ahora tenemos y con una atención menos enfática en la vuelta a los mercados financieros externos.
La idea básica era que la detracción de un montante de las reservas del BCRA debía funcionar en un marco de convicción severa acerca del pronto reestablecimiento del mismo.
Hoy por hoy, las precisiones en materia cambiaria y fiscal existentes son menores y la vuelta a los mercados financieros externos, por su parte, se elevó a un verdadero leimotiv. Incluso, el mensaje oficial, con la medida asumida, sería éste: “Siendo tan recia nuestra decisión de pago, al punto de afectar reservas ad hoc (más otros pasos en curso), seguramente, ustedes –los financistas externos– no dudarán en financiarnos y a tasas moderadas; luego, el referido fondo podría no usarse”.
Esta es una lógica hábil, sobre todo en lo inmediato. Pero no es una nave que, por sí, asegure la travesía larga. Aquí es donde pide pista la cuestión de la sustentabilidad y de lo que llamamos el “segundo mejor”, como su resorte instrumental.
No es aconsejable creer que esa lógica es el pasaporte automático a la reedición de un endeudamiento externo militante, a “tirar la chancleta” en materia fiscal y a dejar hacer al proceso de apreciación cambiaria real, como fórmula exitosa. La actual jugada con las reservas del BCRA terminaría como un tiro fallido, de asimilársela a ese pasaporte.
Por el contrario, cerraría mejor, cual un “compacto”, si, con el repunte en 2010, se mejora algo lo fiscal, se usa sobriamente el endeudamiento externo y se preserva en serio la paridad cambiaria residual. En fin: se aseguraría la sustentabilidad, aún a nivel del “segundo mejor”.
*Economista.