Beatriz Sarlo creyó que Cristina Kirchner se convertiría en una figura de izquierda for export, como el Che o Evita. Pensó que su rol natural en la escala del poder sería el desfile planetario, la conquista ulterior del star system internacional. Como una especie de egresada local, Cristina cambiaría el cabotaje por las galas de Broadway y Charlottenburg. Me parece muy divertido su pronóstico porque habla de Beatriz como autora, donde los políticos son personajes díscolos que desobedecen su narrativa y se le escapan como a Pirandello. (Luego, marcó su error: sus autocríticas son clásicas, porque es la única que lo hace.) Hace una década, Beatriz se volvió la antagonista civil de Cristina Kirchner: era natural que una escritora wannabe como Cristina encontrase en una crítica literaria experta la mirada a la que no podía engañar. A Beatriz no se le escapó la tortuga, si no el gato: Macri fue el que efectivamente cumplió su guión.
Presidente Miau voló a París y logró concitar el coro de haters del Frente de Todos, la mejor promoción para un gatuno que busca conectar directo con la masa opositora –lo que más los inspira y moviliza. Irse era volver al centro de la escena y reinar extrañamente: ser el Legibus Solutus, no atado a las leyes, aun sin la manija del país. Miau primero tanteó con Paraguay –un viaje con sabor a menemismo old school– y luego se lanzó a Europa en un despliegue de felicidad y armonía familiar. Del cabotaje de Boca al fútbol internacional: de la cuarentena a la libertad. Todos quieren irse de la Argentina: Miau encarna lo que otros desean, es un viaje aspiracional. Le recriminaron falta de empatía, pero es una movida promocional: como no puede parar en su carrera de espejos con Cristina, ahora Macri –que quiso ser un felino de acción y nunca soñó con libros– se estrena como escritor.
Mientras el gato busca el exterior, Cristina se repliega en el interior. Silenciosa, en la oscuridad, Cristina es la araña que teje meticulosamente en el cielorraso sin importarle lo que la gente, encerrada debajo, quiere o necesita. No tuvo un gesto de empatía en la pandemia, ni quiso dar un mensaje de aliento y prevención a quienes la aman: arácnida obsesiva, se dedica a tejer su red sobre la Justicia. Mientras la mitad del país está en la pobreza y las quiebras se multiplican, el oficialismo ni siquiera intenta explicar por qué una reforma judicial de ese calibre es importante para el país. La trama tarantular de Cristina sólo obedece a un principio: garantizar su impunidad en un ejercicio de ajenidad radical. La gente puede soñar con París, pero nadie sueña con modificar la Corte Suprema.
Además ¿a dónde iría Cristina? El chic de Nicolás Maduro en jogineta no es tan fotogénico para pasear con sus Dior nuevas. AMLO se hincó ante USA, y hasta parece más narciso y hablador que ella; Trump está loco, y es un quemo. ¿Qué político top querría estar a su lado, además de “El Coletas” de Podemos? Reyes auténticos, como Juan Carlos I, enfrentan escándalos nacionales por mucho menos dinero del que se la acusa a ella. A Cristina nunca le interesó el exterior: hasta se peleó con Uruguay mientras estaba Pepe Mujica. El Cat, en esto, cayó en cuatro patas: supo engañarlos a todos de que el país despegaba.
El mundo de Cristina es el tendido de su red, hablándole al resto como insectos atrapados en su tela. “Cortale la palabra”, tutea al técnico, “cortale, cortale”; en el Senado tiene juguetes nuevos, como el joystick de la libertad de expresión. Su escasez y su gloria está ahí: Cristina puede hablar al infinito pero le cuesta discutir: no sabe negociar. Podría escuchar a Esteban Bullrich y bostezar, dejar que sus palabras se las lleve el viento, pero su actitud le da un pedestal al monaguillo envejecido. “No hay argentino más impune que Macri”, tuitea Cristina, pero la que se obsesiona con cambiar la Justicia es ella, como si compitiera en ver quién es peor.
Como en una fábula, la libertad y el discurso es lo que encarnan los animales. El equilibrio cósmico no puede romperse, y así la viuda noire teje mientras el gatuno se pasea, y ambos sueñan con su mutua extinción.