De este lado de Los Andes nadie habló, sepultados por el portland de la derrota, de la forma en que Alexis Sánchez eligió ponerle un broche de oro, algo de épica, al partido final.
Porque no hay nada más anticlimático que una final se termine dirimiendo por robóticos penales.
Alexis era la gran promesa del equipo chileno y hasta el último minuto de la final, no había aportado grandeza. Pero decidió patear el penal que podía ser definitivo, con toda la presión del pueblo chileno sujetándole los botines, con una chispa de crack. Como Zinedine Zidane en otra final, decidió picarla.
Se sabe que los osos hormigueros se comen también a los insectos que están mimetizados. Entonces, ¿por qué se mimetizan? Porque a la naturaleza, como a Alexis, les gusta el gesto estético, el arte por el arte.
Hay un libro de Marguerite Yourcenar que se llama Alexis o el tratado del inútil combate. Eso debe de haber pensado Lionel Messi en el final. Inútil combate que se repite como en esa película de Bill Murray llamada Hechizo del tiempo donde el personaje se encuentra atrapado en la misma historia, día tras día.
Otra vez estoy en la final de una copa con la Selección Argentina, otra vez Mascherano la rompe y todos lo consideran un gran estratega, otra vez jugamos a la defensiva a pesar de que tenemos muchos delanteros geniales, otra vez Higuain la manda afuera con todo el arco a su disposición. ¿Cómo se sale de esto?