Qué bueno leer un libro con el que se puede discutir sin parar. No esos libros que creen que se las saben todas, sino un libro complejo, fuerte, débil, poético, extraño. Se llama Orden y progresismo. Los años kirchneristas, y lo escribió Martín Rodríguez, un gran poeta argentino que, a su manera, alumbró un libro de poesía política.
Habla sobre Néstor Kirchner como el hombre “que no le pidió a nadie que pusiera el cuerpo y puso él su cuerpo. Esa es la base teológica y gratuita de su mito”. Y agrega: “Para mucha gente era difícil imaginarse que Kirchner dormía”.
También habla sobre la estrategia austral de Alfonsín, que quería trasladar la capital a Viedma (pero no fue eso lo que pasó, en realidad el frío del sur se trasladó a Buenos Aires con la pareja presidencial), y se pregunta por qué no puede tener un busto Carlos Saúl Menem en la Casa Rosada.
Menem, dice Martín Rodríguez, “democratizó en su revolución cultural algo impensado: que nos merecemos el mundo. Su tecnología, su Miami, su guerra de Medio Oriente. Ahora andá a convencer a cada argentino de que no tiene derecho a un celular”.
Y también se ocupa, en uno de los mejores capítulos del libro, del “peor de todos, Eduardo Duhalde”. Dice Rodríguez: “Aun el kirchnerista más optimista no puede explicar el kirchnerismo sin la secuencia que encadena la llegada al poder de Kirchner con Duhalde. Duhalde fue el GOU del kirchnerismo, dicho mal y pronto”.
Duhalde, el obstetra del kirchnerismo. Obstetra, que viene del latín obstare, que significa “estar a la espera”. Y así estuvo, a la espera, para poder ser presidente aunque sea un rato. Administrando la debacle para que no fuera cesárea sino parto natural.
Y trajo al mundo a un niño nerviosho, caprichoso, una “anomalía”, según las palabras de Ricardo Forster Gump.