Agotado con rapidez el parque de recursos propios que justifiquen la vigencia del modelo productivo de matriz diversificada mientras se practica un salvaje ajuste económico de corte ortodoxo, el elenco oficialista debió apelar por segunda vez en 15 días a la palabra “legitimante” de la presidenta Cristina Fernández, única fuente de razón y justicia admitida por todos, en todo y para todo. Incluso en el conflicto abierto entre Marcelo Tinelli y La Cámpora por las transmisiones de fútbol.
Pero el ardid de atribuirle a un conflicto ideológico una supuesta conspiración para quitarle margen de acción y camuflar la ausencia de una estrategia política consistente para sortear la crisis no fracasa por distraer esfuerzos para mediar entre un divo de la televisión convocado para reforzar la alicaída imagen pública de su gestión y el personaje de sainete que compone Javier Vicente en cada acting de presunto locutor militante financiado por el Estado.
Más que una salida desesperada, efectuar el segundo día hábil de febrero el anuncio del modesto reajuste a percibir en marzo por jubilados y pensionados pone en primer plano la cuestión de fondo. Ante la escasez de buenas noticias para comunicar, Cristina parece resuelta a encarnar un plagio de sí misma en un intento de evocar los tiempos de esplendor en el presente y volver menos lejano su recuerdo.
La acusación al empresariado de saquear bolsillos a los trabajadores con coro gregoriano de “los pibes para la liberación” y régiseur de quienes ya no lo son –el Cuervo Larroque y Wado de Pedro– forma parte de un rito diluido, de modo paradójico, por una reiteración innecesaria que despoja al discurso de connotación positiva hasta, literalmente, matarlo. Bien utilizada, es una herramienta de la retórica que facilita sostener una línea argumental. Su ausencia es una de las razones de la mala praxis.
La conjunción entre tautología y autismo derivada de una repetición que conduce al aislamiento y, por decantación, al fin de la escucha atenta de un auditorio menos visible que el cautivo en la Casa Rosada, como el que integran las teleaudiencias, es lo que el pensador Lucien Sfez denomina “tautismo”, fenómeno habitual y riesgo potencial en la sociedad de la comunicación, especialmente para el Estado. Lo que pone en duda que la cadena del desánimo sea viralizada con la necesaria intervención de la prensa independiente.
El gesto compartido por el ala sindical afín ubicado en las primeras filas marcó un contraste directo de impresiones. Lo que en Cristina fue la escenificación del poder como pequeñas delicias de la vida conyugal en paso de comedia –“entre los aumentos de Néstor y los míos”, pese a la aclaración formal de que “yo no soy la dueña del Estado”– pareció denso drama kafkiano por la metamorfosis de la palabra presidencial, a juzgar por el semblante adusto, si no sombrío, de los popes de la CGT Balcarce.
Con una representación siempre sospechada, los gremialistas debieran estar tranquilos en esta instancia: los trabajadores fueron puestos de su lado. Quien nunca iba a devaluar ni tomar medidas en su contra se preguntó por qué debería subsidiar el consumo energético de quienes pueden ahorrar pesos para comprar dólares, como su Gobierno autorizó. Algo más preocupante que la amonestación dirigida al metalúrgico Antonio Caló por asegurar que “hay gente a la que ya no le alcanza para comer.”
Defendida con denuedo por el kirchnerismo estos años, la cultura popular recomienda prestar más atención a lo que sugieren los mensajes oficiales que a lo que auguran sus enunciados. Se sabe que al ajuste no escaparán los que menos tienen. En eso no podrá torcerse la historia. Ni siquiera con plagio.
* Titular de la cátedra Planificación Comunicacional, UNLZ.