COLUMNISTAS
opinion

El problema de fondo no es el Fondo

 20211205_gasto_publico_deficit_fiscal_gp_g
Complejidades. En solo 14 de 60 años hubo superávit primario. Los que alcanzaron ese razonable objetivo de la ortodoxia económica fueron los gobiernos peronistas. Otra sorpresa: de 1961 a 1991, el gasto público rondó un aceptable 25%. (10 a 15 puntos menos que en la última década), pero igual había déficit e inflación. | GP.

El FMI no es solo el FMI. El FMI es la representación del fracaso económico de la Argentina.

El primer acuerdo con el Fondo Monetario lo hizo el presidente Arturo Frondizi. Fue en 1958 y se trató de un préstamo de US$ 75 millones destinado a estabilizar el dólar y frenar la inflación. Como ahora. Y como ahora, el acuerdo implicaba la necesidad de un ajuste de las cuentas públicas.

Daño. Desde esa crisis que derivó en un golpe de Estado, aquella sigla fue sinónimo de daño: un país que funciona mal y un organismo que se ofrece a ayudar, pero a cambio de sacrificios que siempre parecen incumplibles.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Todos los gobiernos que le siguieron, civiles y militares, estuvieron cruzados por esa compleja relación.

El reciente best-séller del círculo rojo, Diario de una temporada en el quinto piso, narra las angustias de los equipos económicos que acompañaron a Alfonsín. El libro de Juan Torre está atravesado por las tortuosas negociaciones de años con un organismo al que aquellos radicales también veían como la encarnación del mal.

Con De la Rúa, el Fondo “blindó” a la economía con un megapréstamo de US$ 40 mil millones. Fue presentado como un salvavidas, pero cuando el flujo de fondos se interrumpió (por los incumplimientos argentinos de las metas), el salvavidas se hizo de plomo y todo terminó en el estallido del 2001.

Néstor Kirchner profundizó el relato de una entidad maligna. Pero a diferencia de sus antecesores, en 2006 sorprendió al mundo al pagarle al FMI todo lo que se le debía. De una sola vez y sin ningún tipo de quita: US$ 9.800 millones. Se lo presentó como un nuevo día de la Independencia.

Macri. Aun con él, la imagen negativa del Fondo se mantuvo inalterable en la sociedad. Por eso, el ex presidente solo recurrió al organismo cuando los financistas internacionales le cerraron las puertas. El acuerdo incluía desembolsos por US$ 56 mil millones, una suerte de nuevo blindaje que, como todos los préstamos desde 1958, intentaba tranquilizar al dólar y a la inflación.

El Fondo Monetario es la representación del fracaso económico de la Argentina a través del tiempo

Lo que se presentó como otro acuerdo salvador, tampoco le alcanzó al país para salir de la crisis ni a Macri para ganar las elecciones.

Desde el principio, los cortos plazos de pago de semejante préstamo lo volvían incumplible. Eso hoy es aceptado por los que participaron de aquel acuerdo como “una salida del paso, creyendo que no tendríamos problemas para refinanciarlo tras ganar las elecciones”.

Lo primero que hizo Alberto Fernández fue criticar ese acuerdo y desistir de recibir el siguiente tramo del préstamo, US$ 11 mil millones que aún quedaban por girar.

El Gobierno explica el acuerdo FMI-Macri como un apoyo del organismo a su reelección. Y fue así, por la buena imagen internacional del ex presidente y, en especial, por su vínculo con Trump. También representó la reacción de los mercados frente al temible regreso de Cristina Kirchner al poder.

Acuerdo. Mientras el equipo económico negocia desde este fin de semana en Washington, no hay nadie en el oficialismo ni en la oposición mayoritaria que se oponga a la firma rápida de un acuerdo.

Más por pragmatismo que por amor: no hay dinero capaz de afrontar los próximos vencimientos y el escenario de un nuevo default es más preocupante que el de un acuerdo imperfecto.

La única duda de la negociación es si se logrará un acuerdo de corto o de largo plazo y qué tan estrictos serán esta vez los pedidos de ajuste del FMI. El equipo económico aspira a un plan de facilidades extendidas de diez años, con cuatro o cinco de gracia, y a recibir los eventuales beneficios de un alivio futuro en las políticas del organismo. A cambio, llevan a Washington la promesa de un plan económico plurianual que cuente con el apoyo explícito de la oposición y, al menos, el implícito de la vicepresidenta: al Fondo no le preocupa lo que ella diga, sino lo que haga.

Déficit. En cuanto al histórico reclamo del FMI sobre la nivelación de las cuentas fiscales, se supone que en este caso, no habría demasiado conflicto: no hace falta presionar a Guzmán en ese sentido, lo hace sin que se lo pidan.

En plena pandemia, el ministro aterrizó el déficit primario en 6,5%, cuando en la primera mitad de 2020 se proyectaba cercano al 9%. Un déficit moderado en la media internacional del año pasado y que logró tras haber cortado pronto los subsidios a las personas y a las empresas. Para 2021 se lo estimaba en 4,5%. Ahora los consultores lo pronostican sobrecumplido, con un 3 adelante.

El gráfico que ilustra esta columna es muy significativo sobre la incidencia del déficit y del gasto público en la historia argentina. Surge del libro Tiempo perdido, escrito por Marina Dal Poggetto y Daniel Kerner y editado por PERFIL.

Ahí se ve que el déficit primario es la norma de los últimos 60 años. Solo en 14 de ellos hubo superávit primario, todos ocurrieron durante gobiernos peronistas y, en la mayoría (9 años), fueron durante las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner. En ese punto, ni Macri, ni los radicales ni los militares, lograron cumplir con ese requisito básico de la ortodoxia económica.

El organismo no necesita presionar a Guzmán para bajar el déficit. Ya lo hace sin que se lo pidan

El otro resultado que puede sorprender, es la relación histórica entre déficit y gasto público. Desde hace una década, el gasto público consolidado del país (la suma del nacional, provincial y municipal) ronda entre el 35% y el 41%. El razonable consenso entre los economistas es que parte del problema argentino es el aumento del gasto público, que deriva en déficit y en inflación.

Sin embargo, durante los primeros 40 años que muestra el gráfico, el promedio del gasto público rondó los 25 puntos, un nivel que es considerado aceptable en relación a los recursos nacionales. Pero pese a ello, en ninguno de esos años se alcanzó el superávit ni nunca la inflación dejó de estar presente.

Motivo. Así de compleja es la realidad. Por eso, es saludable desconfiar de aquellos políticos, economistas y comunicadores que proponen soluciones rápidas y simples. Quizá no los motive la mentira, sino la dificultad para lidiar con esas complejidades.

Dos terceras partes de los países del mundo (desarrollados y no desarrollados), conviven con déficits en sus cuentas públicas. Pero hay solo tres que superan el 50% anual de inflación (Venezuela, Líbano y Argentina). También es una excepción un país con una década perdida de su PBI.

El libro de Dal Poggetto y Kerner muestra que hay problemas de fondo que no se van a solucionar solo con un acuerdo con el Fondo.

Los motivos del fracaso argentino son múltiples y, en el epílogo, los autores encuentran uno que cruza a todos: “En medio de una polarización tan fuerte (…) los gobiernos no pueden pensar más que en la próxima elección y se convencen de que con cambiar el rumbo anterior y dejar de hacer lo que hizo el otro, es suficiente. Y si no se puede, la culpa es del que vino antes (…) Los efectos de esta imprevisibilidad están muy estudiados. Cuando no hay claridad sobre las reglas y hay inestabilidad macroeconómica, la gente tiene horizontes de tiempo cortos. Nadie puede hacer grandes inversiones, ni tomar compromisos, si no sabe cuánto van a durar las reglas bajo las que opera”. 

Alcanzar cierta “normalidad” política es condición necesaria para iniciar el círculo virtuoso.

Generación de dólares genuinos (exportaciones), una balanza positiva y cuentas públicas lo suficientemente equilibradas para retener esas divisas y convertir a la Argentina en un país más confiable.

Ante el mundo y ante nosotros mismos.