Leí con interés la nota que la semióloga Lucrecia Escudero publicó el 20 de abril en Perfil en “respuesta” a mis argumentos sobre la cuestión Malvinas. Para mí desilusión no encontré una réplica puntual a ninguno de ellos. En cambio, la autora señala que la duda “no es pertinente en este momento histórico de la controversia” y que, aunque “valora al historiador” (un servidor), mi posición “la deja llena de dudas”. Hubiera sido bueno que precisara esa afirmación, ya que como no discute mis argumentos induce a pensar que “duda” de mí. En su texto no discute nada de todo lo que he publicado y defendido. Sólo señala que no es momento de plantear diferencias, y que mis posturas la hacen dudar sobre mi “posición”. Pero como no discute argumentos, y polariza entre “la versión argentina” y la “versión británica” (Radio Londres, escribe) está claro de qué lado se/me coloca. Y si yo no sostengo la versión argentina, entonces lo que deliberadamente Escudero sólo sugiere es que no se puede confiar en mí: “dudo” por incapaz, por desequilibrado, por antiargentino, porque me pagan los ingleses...
Que su libro sobre Malvinas se subtitule El gran relato es todo un síntoma. Escudero se reivindica parte de una generación “doblemente mártir”: de la dictadura, de Malvinas y de la represión de 2001. Notoria longevidad la suya, que le permite autoadjudicarse el dominio sobre todos los acontecimientos que marcaron nuestro proceso democrático. Aun suponiendo que fuera así, se trata de una generación que olvida sus compromisos. Respeto que Escudero y la embajadora argentina en Londres (en nombre de quien parece hablar) hayan arriesgado su vida en aquellos momentos; por eso mismo lamento tanto que hoy apoyen gestos oficiales que niegan tanto esa experiencia como la existencia de las personas, y olvidan el precio de sangre que los argentinos pagaron por la vigencia de los derechos humanos.
Generación muy poco humilde, además. Mucho más dispuesta a exigir adhesiones y chapear con sus muertos que a dar explicaciones, reconocer errores e interactuar con las más jóvenes, como no sea bajo la forma del mandato. Generación egoísta, pues no deja que los jóvenes hagan algo distinto con su derrota. Generación con una visión totalizadora de la historia. Leí la historia oficial británica sobre Malvinas, como marca Escudero. Pero eso no me hace pensar que haya que enfrentarla entronizando otra. Creo en otro tipo de Historia: construida y no impuesta. Creo en el combate irregular por la memoria. En términos de Umberto Eco, soy un guerrillero semiológico, y no un conscripto. No se combate una lectura imperialista de la Historia imponiendo otra, aunque se autodefina por la contraria. Eso es colonización del pensamiento. La “respuesta” de Escudero no debate ideas, sino que descalifica. Podríamos esperar más de aquellos a quienes, en apariencia, les debemos tanto. Si el amparo del poder es una patente de corso para el argumento ad hominem, tal vez lo sea también para discutir. Claro que eso la obligaría a asumir que puede estar equivocada, en lugar de escudarse en lo inoportuno de la duda.
¿Quién define esa oportunidad? Escribió Susan Sontag: “La obligación moral del intelectual siempre será compleja porque hay más de un valor ‘más elevado’, y se presentan circunstancias concretas en las que no todo lo incondicionalmente bueno puede honrarse (...) Por ejemplo, la comprensión de la verdad no siempre facilita la lucha por la justicia. Y a fin de impulsar la justicia puede parecer correcto suprimir la verdad. Espero no tener que elegir. Pero cuando la elección (entre la verdad y la justicia) es necesaria –como, por desgracia, ocurre a veces–, me parece que el intelectual debe decidirse por la verdad. Así no es, en general, como los intelectuales, los intelectuales mejor intencionados, han procedido. Siempre, cuando los intelectuales suscriben causas, es la verdad, en toda su complejidad, la que sale con cajas destempladas”.
La oportunidad no tiene que ver con los tiempos, sino con la obligación moral.
*IDES - Conicet.