COLUMNISTAS
5 años de la muerte de Nisman

Estado de vergüenza

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Deuda. El pedido de esclarecimiento es un reclamo nacional. | cedoc

Junto al dolor, la frustración, la bronca, perdura en nosotros un sentimiento de vergüenza, cuando nos reflejamos en el Estado argentino como expresión formal de la vida colectiva. Las causalidades no se diluyen en el vínculo social, pero en la vergüenza compartida asumimos personalmente una responsabilidad colectiva. No hay confusión alguna entre víctimas y victimarios –y ciertamente necesitamos conocer a estos últimos por su nombre y apellido–, pero hay una dermis que recubre el cuerpo comunitario, y que debe quemarnos en intimidad.

No se requiere ser lacerados por el sonido de la sirena, cada 18 de julio a las 9.53 desde aquel fatídico y horroroso del año 1994, para sentir, cayendo sobre nuestras cabezas, los escombros de un Estado envuelto en la perversión de la complicidad, el encubrimiento, la ineficacia. A 25 años de entonces, a las 85 muertes de la AMIA se suma desde hace cinco años la de Alberto Nisman, el fiscal de la causa, y entonces de esas cifras resulte la de un cuarto de siglo de impunidad agravada, como se agrava cada año, mes, minuto, instante sin verdad, sin Justicia, y con la memoria confinada muchas veces a un grupo, como algo ajeno, que siempre le pasa al otro, incluso al enemigo.

Pero hoy por hoy se habla mucho más de la muerte violenta y oscura de Nisman, no en virtud de la mentada vergüenza sino de un documental globalizado, del cual todos los sectores pueden hablar bien, con Justicia, por bien hecho y porque no concluye en ninguna certeza, como era de esperar de una investigación periodística, que tiene no obstante la virtud de exponer bajo la luz de los reflectores, el duro hecho de que tanto en el asesinato masivo de la AMIA como en el misterio Nisman, diversos actores del Estado argentino no parecen interesados en hacer Justicia, conocer la verdad, comunicarla y por fin, asumir la vergüenza en la que ahogan a la sociedad en su totalidad.

30 mil desaparecidos; 85 asesinados en la AMIA, Nisman como muerto 86 a causa de esa causa, 25 años de impunidad, 18/7 y 18/1, un lunes, un domingo, etc. etc… efemérides siniestras, cifras de la perversión de un Estado que avergüenza. Y por si necesitábamos más, la tan zarandeada grieta se encarga de que la Patria no sea el otro, nunca, ni siquiera frente a la impudicia de los cadáveres, de nuestros muertos. Hasta cuándo, gritamos de impotencia, y hasta entonces, la memoria hiere, hiere, hiere.

Un nuevo gobierno ha asumido recientemente y nos cabe lo que un sobreviviente de Auschwitz afirma en la película Shoah de Claude Lanzmann: “quien quiere vivir, está condenado a la esperanza”. Y así estamos, condenados a esperar, pero también a exigir las respuestas. Empezamos mal cuando desde el Poder Ejecutivo se pronuncian palabras imprudentes porque generan interpretaciones equívocas, agregan escombros, no pacifican. Ayudaría más que las nuevas autoridades ejecutivas reclamen respuestas a la Justicia, como otro de los poderes del Estado.

Sin contar la vertiginosa semana de interregnos presidenciales del 2001, pasaron ya ocho gobiernos de diferentes signos políticos desde el 18/7/94 (dos de Menem, uno de De la Rúa, uno de Duhalde, uno de N. Kirchner, dos de CF de Kirchner y uno de Macri). Ninguno aportó nada serio para esclarecer el peor atentado terrorista que sufrimos –por el contrario, agravaron las cosas–, y éste es el tercer gobierno desde la muerte de Nisman, a la que también se han sumado nuevos agravios. ¿Será que la tercera es la vencida o cuando finalice el gobierno de Alberto Fernández diremos “no hay dos sin tres? Como dije, estamos condenados a la esperanza, –no al éxito, porque lamentablemente suena demasiado pretencioso para la Argentina–, pero que al menos ¡se haga Justicia! alguna vez entre nosotros, y para nuestra posteridad.   

 

*Ex senador, filósofo.