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Hasta el desmayo

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En su ataque sostenido contra la educación argentina, a la que en su nivel universitario pretende asfixiar presupuestariamente, el presidente Javier Milei cargó ahora contra los estudiantes: los denigró peyorativamente diciendo que tienen el cerebro lavado. Ya sabemos que el jefe de Estado procede así, y que hay quienes llamativamente admiten que él los denigre. Pero hay en esto otro punto a considerar y es su manera de concebir las escenas educativas. Milei parece dar por descontado que un saber es una doctrina (y es que la escuela austríaca, que es lo que sabe, puede que para él lo sea) y que se lo enseña y se lo aprende en un proceso de transmisión unidireccional y recepción pasiva. Solo se puede lavar un cerebro si no está en funcionamiento.

Sabemos que Milei cultiva fantasías muy escabrosas de sometimiento a víctimas inertes: lo reveló adhiriendo a ciertos tuits y empleando ciertas metáforas. Pero pretendo que la educación se conciba de otro modo y sostengo que transcurre de otro modo. Lo que él hizo en el colegio Cardenal Copello en la bochornosa apertura del ciclo lectivo de este año de ninguna manera define el estado de cosas en la educación argentina. Tampoco lo que hizo presionando a una docente universitaria para que uno de sus empleados en el Estado apruebe por fin una materia que le estaba costando.

No hace falta apelar a Michel Foucault para advertir que la de docentes y estudiantes es una relación de poder, eso es una obviedad total. Pero tal vez convenga recurrir a las ideas de Foucault (hablo de sus ideas, no de él) para revisar qué entendemos por poder o, mejor dicho, cómo funciona (ahí donde Foucault planteó que no hay que preguntarse qué es, pregunta por la sustancia, sino cómo funciona, pregunta por las prácticas). Lo otro de una relación de poder no es una relación sin poder (para Foucault, ninguna podría no serlo). El punto es que existen formas y grados muy distintos (y aun extremos gravísimos, como los cuatro grandotes y una niña, o los niños envaselinados en un jardín de infantes: las cosas que tiene en mente nuestro actual primer mandatario).

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Es otra la escala en la que hay que pensar en la educación y sus dispositivos de poder (para suprimir todo poder, habría que suprimir la educación misma. ¡Pero mejor no dar ideas!). El poder en general no funciona entre uno que lo tiene (que lo tiene todo) respecto de otro que no lo tiene (que no tiene nada). Al poder no se lo contrarresta con equivalencias o simetrías, sino con recursos de resistencia, con estrategias de contrapoder. Eso no implica paridad (si hubiese paridad, no habría más poder), sino una dinámica muy distinta a la de las fantasías de dominación total con las que alguien quedaría pasivamente a merced de otro.

Aprovecho la ocasión para agradecer al profesor Arnoldo Siperman, que nos dio a leer a Foucault en el colegio secundario, y a la cátedra de Tomás Abraham en el CBC, que promovió decisivamente su difusión. Son recuerdos de una educación de calidad, que hoy toca defender.