COLUMNISTAS
de los dolares financieros a los comerciales

Historia de dos fracasos

<p>Se pasó del modelo “riesgo país” al “productivo” que demanda un buen clima internacional de precios de las commodities y de reglas internas claras que favorezcan la inversión para sostener el crecimiento.</p>

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La Argentina exporta, fundamentalmente, commodities y bienes agrícolas e importa, principalmente, insumos industriales y productos de consumo que completan líneas de producción locales.
Cuando la economía crece, las importaciones crecen fuerte también. Por lo tanto, los límites al crecimiento se encuentran en la oferta de dólares, para financiar esas importaciones.
Durante mucho tiempo, con exportaciones más o menos fijas, ese financiamiento dependió del ingreso de capitales originado en la inversión extranjera directa y en el endeudamiento externo o en flujos de “shocks de confianza” de los propios argentinos.
Cuando el endeudamiento llegaba a un tope o se terminaba la confianza, por diversas razones, el flujo de dólares se cortaba y se frenaba el crecimiento por insuficiencia de fondos para impulsar las importaciones necesarias para producir.

Al frenarse el crecimiento, dejaban de aumentar los ingresos tributarios y con gastos expandidos en el ciclo de crecimiento, se agravaba la situación fiscal obligando a endeudarse más, El “ajuste” era devaluatorio, para disminuir el poder de compra en moneda extranjera y bajar las importaciones e inflacionario, para bajar el gasto en términos reales.
En ese contexto, tan dependiente del endeudamiento y la inversión extranjera, la “solución” conceptual consistió en tratar de bajar el “riesgo país”, de manera de sostener el flujo favorable de capitales. Pero la política fiscal expansiva, las sucesivas crisis de Asia, de Rusia, la devaluación brasileña, desplomaron los precios de las commodities, y revirtieron los flujos de capitales.

El default de 2001 primero, y las manipulaciones al CER que ajusta la nueva deuda después, alejaron la posibilidad de nuevo endeudamiento voluntario. Las absurdas y cambiantes reglas de juego en torno al funcionamiento del mercado de bienes y servicios, la falta de definiciones en materia de renegociación de contratos en la provisión de servicios públicos y la intervención directa en sectores clave, limitaron drásticamente el monto de la inversión extranjera.
La oferta de dólares, entonces, pasó a depender, casi exclusivamente, del valor de las exportaciones, y en que los dólares no se convirtieran en fuga de capitales.
En ese contexto, entonces, se pasó del modelo “riesgo país” al modelo “productivo”. De los dólares financieros a los dólares comerciales. Pero así como el modelo riesgo país, dependía del clima financiero internacional y de una política local que creara confianza en la capacidad de repago del endeudamiento y de rentabilidad para la inversión extranjera directa, el modelo productivo requiere de un buen clima internacional en materia de precios de las commodities, pero también de una política local que favorezca el aumento de la inversión destinada a sostener un crecimiento “hacia fuera” generador de dólares comerciales en cantidades sustentables.

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Pero, otra vez, una política de gasto público insostenible financiado cada vez más con inflación, más los mencionados desatinos intervencionistas que restringieron las exportaciones en varios sectores y desalentaron la inversión, conspiraron contra la expansión fuerte de las exportaciones, más allá de la mejora de los precios de las commodities y la coyuntura brasileña. La participación argentina en el comercio internacional no sólo es muy baja, sino que, además, está estancada.
En síntesis, el modelo de “riesgo país” fracasó porque no se hizo lo necesario para sostenerlo en el tiempo y el mundo cambió desfavorablemente hacia finales de los 90.
El modelo “productivo”, por su parte, va en camino de fracaso también, porque tampoco se hace, internamente, lo necesario para sostenerlo. Aunque ese fracaso se disimula, por el momento, gracias al buen “mundo”, y a un extraordinario Brasil.

La Argentina de los próximos años necesitará de una combinación inteligente de estas dos alternativas. Hace falta recuperar un flujo de capitales voluntario hacia el país, para permitir un gradualismo razonable en el rediseño de la política fiscal y financiar la inversión en infraestructura y energía demorada hasta ahora.
Y hace falta que esa inversión y esa política fiscal se pongan al servicio de mejoras de productividad que consoliden un modelo de crecimiento de la producción, tanto en el sector agropecuario como en una industria de clase mundial.