Poco antes de su muerte, Carlos Fuentes dijo que todos los políticos mexicanos, con la excepción de Marcelo Ebrard, eran totalmente ignorantes. La tesis del maestro era extremista. Coincidí con su criterio acerca de Marcelo, pero he tratado personalmente con varios ex presidentes y políticos de ese país que son muy cultos. Lo que es cierto es que en todo el continente hay bastantes políticos que no leen, y otros que aunque traten de hacerlo no entienden nada. En todos los grupos y partidos hay gente ilustrada pero la ignorancia y el fanatismo crecen todos los días. Mi último artículo acerca del voto duro del macrismo y del kirchnerismo desató un vendaval entre los políticos menos ilustrados de la ciudad. A un candidato de un partido que esconde a sus postulantes le permitieron salir a los medios para exigir que el presidente de la nación desautorice mi artículo. Escribo en este diario desde hace muchos años, es un medio que respeta la libertad de pensamiento. Nunca en mi vida pedí autorización a nadie para escribir lo que pienso porque no tengo mentalidad de mascota. Me siento cómodo vinculado a grupos políticos y académicos de varios países que respetan la posibilidad de disentir. Otros no son así y temen la libertad. Seguramente si el candidato de marras logra escribir algo, tendrá que pedir la autorización de su jefe para publicarlo. Como decía Isahia Berlin, unos tienen vocación de zorro, otros de erizo y cada cual es feliz a su manera, unos de cortesanos y otros de pensadores libres.
Detesto a quienes se citan a sí mismos, pero en este caso estoy obligado a hacerlo. Dije literalmente en el artículo: “Si alguien vota por Cristina y está vinculado a la economía informal, produce o vende mercaderías con marcas falsificadas, vive de subsidios, o es parte del millón de personas vinculada al narcomenudeo en la Ciudad y en la Provincia, probablemente es un votante duro. No decimos que todos los partidarios de Cristina vivan en esas circunstancias, sino que quienes las viven pueden respaldarle con más firmeza”. Toda persona con conocimientos básicos de ciencias sociales sabe que en América Latina existe un amplio sector de la población que es anómico: la población de nuestros países es poco afecta a respetar las normas. Esta anomia ancestral ha crecido por el desmoronamiento de los valores occidentales propio de la sociedad de la internet.
Hay cientos de autores que han escrito sobre el respeto a las normas y sus consecuencias en la vida de los individuos. Max Weber, en La ética protestante y el surgimiento del capitalismo, desarrolló una de las teorías más importantes acerca del surgimiento del capitalismo que habría tomado de la Reforma Protestante y del Puritanismo determinadas nociones que favorecían la búsqueda racional del beneficio económico, ligado a la planificación y a la “ética del trabajo”. A principios de los 80 pude experimentar esa moral puritana cuando viví en Ginebra. Todas las mañanas compraba mis periódicos tomándolos de una mesa que se encontraba en la vereda frente a mi casa, sin ninguna vigilancia. Depositaba el dinero correspondiente en un plato, y si era del caso, retiraba mi vuelto. Las mesas pertenecían a estudiantes que se ayudaban con el fruto de la venta de los matutinos para financiar sus gastos y a nadie se le habría ocurrido salir corriendo con la plata o con los periódicos, porque había algo superior a la policía que garantizaba nuestros comportamientos: la ética calvinista. Si alguien hubiese puesto esas mismas mesas en cualquiera de nuestros países, en pocos minutos habría perdido los periódicos, el dinero y hasta la mesa. Lo más gracioso es que habría sido tomado por idiota: la mayoría de nuestros compatriotas no habría criticado a los ladrones, sino al “bobo” al que se le ocurrió instalar una mesa sin la protección de policías o barras bravas. En la mayoría de nuestros países hispanoamericanos, con la probable excepción de Chile, ser avivado es un valor. Personalmente no soy un fanático del orden, ni creo que la anomia es buena para que nuestros países progresen. Confieso que la sociedad de Ginebra me ahogaba y en cuanto podía escapaba a Londres, una ciudad en la que casi no hay calles rectas, un caos organizado encantador.
En el otro extremo, Hernando de Soto, autor de El otro sendero. La respuesta económica al terrorismo y El misterio del capital, analizó la economía informal desde otra perspectiva y la propuso como motor del desarrollo de países del tercer mundo. Para De Soto desarrollar La Saladita sería una oportunidad para el desarrollo de la economía argentina. En el intermedio entre Weber y De Soto hay miles de autores con distintas ideas sobre el tema.
La anomia existe. En el anterior artículo decía que quienes están al margen de las normas votan más fácilmente por unos candidatos que por otros. Cundió la indignación entre quienes creen que desde hace tiempo nuestro país tiene menos pobres que Alemania.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.