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Imprecisión certera

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Presente. Sabemos cuándo empezó la pandemia pero no su fin, que parece eterno. | Pablo Cuarterolo

“Desconozco el día de mi nacimiento. Ni siquiera sé el año a ciencia cierta. En la historia de mi vida todo tiene un carácter aproximado”.

(Relato registrado en El fin del homo sovieticus, de Svetlana Aleksievich)

 

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Quien se muestra como espectáculo en los medios de comunicación haciendo uso de números juega con la ilusión de la precisión. La ayuda numérica tiene esa ventaja, se trata de ese número y no de otra cosa, de modo que puede dar como información el valor del dólar, la cantidad de accidentes de tránsito, o los días sin sesionar en el Congreso, para luego abrir al debate y la opinión. En los números, y particularmente entre quienes se especializan en analizarlos, se crea la ilusión de una frontera futura de equilibrio en el que la sociedad lograría eliminar sus desajustes recurrentes logrando mejores cálculos. La promesa infectológica, que es la que da sentido a la actual forma de gobierno, invita a todos a una espera de renovada nivelación de la vida cotidiana, de la que solo los números ofrecen un futuro de libertad, pero con una simultánea existencia creciente de incertidumbre. En un paso típico de la modernidad, la precisión invita a la duda.

Política y ciencia coevolucionan de manera dependiente: uno se hace dependiente para contarlos, el otro para autorizar seguir contándolos.

Mientras los valores de cantidades de contagios y muertes ofrecen exactitud, con esos mismos valores se expone un mundo abierto al desequilibrio. Al mismo tiempo que sostienen la certeza de la decisión, dejan abierta la duda de su propio fin, por lo que el equilibrio de un indicador (cantidad de internados en terapia intensiva) produciría en simultáneo el desequilibrio de otros (niveles de consumo). Así, la cuarentena se ofrece sin fecha límite, produciendo una combinación letal para toda la sociedad que espera cada quince días la renovación de la cuarentena o una novedad de apertura. Para nuestro país, la relación entre ciencia y política se constituye así en un mutuo beneficio, en la que los científicos cobran relevancia social para futuros aumentos de presupuesto y la política consigue obtener más tiempo para continuar limitando la complejidad social. En vez de la bicicleta financiera y las renovaciones de depósitos, se trata de renovaciones de decretos, reemplazando la tasa de interés por relación entre contagios y muertes. Política y ciencia coevolucionan de manera dependiente: uno se hace dependiente para contarlos, el otro para autorizar seguir contándolos.

Como gustaba decir a Luhmann, los procesos de especialización son grandes productores de ignorancia. El aumento del conocimiento en un campo de la medicina aleja a quienes los producen de los conocimientos alternativos que la misma disciplina genera en simultáneo para otros temas. Es lógico que los infectólogos piensen en un registro diferente a los cardiólogos o los pediatras, y que desconozcan los problemas asociados actualmente a sus recomendaciones para pacientes con otras patologías. Si se avanza en esta idea de funcionamiento, se detecta que la ilusión de control de todas las causas de un tema puede al mismo tiempo ser causa de problemas en otros. Las recomendaciones de los infectólogos intervienen como una de las causas del aumento del desempleo, la emisión monetaria y el agravamiento de cuadros clínicos de pacientes para los cuales el acceso al consultorio de sus respectivos médicos está limitado. Las decisiones las toma el sistema político, pero en cualquier modelo multivariado, podría incluirse alguna variable que los incluya como factor de influencia para después ser publicado en algún congreso, si es que los resultados lo permiten (incluso con una curva). En otros ámbitos, el sistema político presiona de manera mucho más profunda cada vez que hace el ejercicio de buscar relaciones causales para analizar problemáticas de efectos adversos.

Como gustaba decir a Luhmann, los procesos de especialización son grandes productores de ignorancia.

Los fabricantes de alimentos deben hacer campañas de reciclado, los que producen fertilizantes, ocuparse de dónde se tiran los recipientes del producto o ser socialmente responsables si un proveedor tiene su trabajador no registrado, conforman un listado interesante de cómo sí existen esfuerzos de demarcación de responsabilidades extendidas para casos funcionalmente equivalentes. Los niveles de regulación del sistema político sobre la actividad empresarial tienen todos el símbolo de la demonización sobre rubros que se considera se benefician económicamente de un daño a la sociedad. Un logro económico puede al mismo tiempo producir daño ecológico, sobre lo cual se ejecuta un castigo bien estudiado; una decisión de reclusión de cuarentena puede producir despidos masivos o la imposibilidad de que cientos de miles de pacientes puedan ver a sus médicos, sin que eso sea continuado de un señalamiento social.

El último paso complejo lo da la pérdida de claridad en las fronteras. Los infectólogos ingresan en un rol de asesores como expertos basados en un conocimiento catalogado como verdadero y allí se encuentran para ofrecer elementos para la toma de decisiones. Sin embargo, los expertos son también ejecutores de las comunicaciones del gobierno nacional, lo cual en ocasiones no termina de quedar claro si se expresan como funcionarios o consejeros. Esta situación produce un problema operativo adicional, y es que al involucrarse en la defensa de las decisiones, se involucran en aspectos de la política y no pueden ya continuar como científicos puros.

Desde la ciencia hasta la política, entre la precisión y la incertidumbre y desde el inicio y fin eterno de la cuarentena, transitamos durante este tiempo una vida parecida a la de la ciudadanía soviética, donde todo tiene un carácter aproximado.

*Sociólogo.