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Jamás pensé que iba a llegar el momento en que un mail de Amnesty International me pidiera donar $ 3.600 para alimentar a la infancia hambrienta de la Argentina. En esos mails que habitualmente me muestran fotos de niños africanos o víctimas de guerras ahora aparecen nuestros niños. Tres de cada cinco son pobres.

El pedido de Amnesty para un banco de alimentos nada dice de las razones de esto, como si fuera de hecho una catástrofe natural, o sea, algo naturalizable. Digamos que no se mete en política; mira la fotografía y no la película, como se dice ahora entre todas las estupideces que se dicen para naturalizar lo innatural y para trasladar las explicaciones del saqueo sistemático hacia enemigos imaginarios muy poderosos.

Mientras esta derecha rabiosa y antes contenida por una mordaza de buenas costumbres se queja amargamente de haber perdido la batalla cultural, anunciando entre risitas el cierre del cine Gaumont, el del Festival de Cine de Mar del Plata o el desfinanciamiento del Incaa, uno de estos favoritos enemigos imaginarios de la Argentina resulta ser el socialismo, que aparentemente ha venido gobernando la nación por décadas sin que nadie nos hubiera avisado.

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Del discurso presidencial en el colegio Copello (mucho más perturbador que el circo de apertura del Congreso, si se me permite) también vemos solo las fotos; el film del discurso completo es insoportable para cualquier sensibilidad. No es de extrañar que se hayan desmayado dos alumnos en lo que dura un chiste de porongas de burros, un chiste que necesitó la pregunta “¿se entendió?”, evidentemente la peor manera de contar un chiste.

Pero tomemos un desvío, que la ruta principal ya está atorada de sentido común. La palabra desmayarse es de lo más rara. En italiano, se dice svenire, que es lo contrario de venire. Es decir que desmayarse sería –al menos en italiano– una forma de no haber venido, de no estar allí. En castellano podría pensarse en decir “desvaír”, que es un verbo superconjugable que, sin embargo, no usamos para nada, y que está un poco hecho también del verbo “ir”, o eso parece: “Hacer perder el color, la fuerza o la intensidad”.

En ese discurso en el que el Presidente busca la complicidad de los jóvenes con chistes soeces y mostrándoles la fiesta de la que despiertan sus abuelos, culpables de todo el mal, también explica que él puede demostrar matemáticamente que el aborto es un homicidio agravado por el vínculo, tal vez confundiendo los principios axiomáticos de la matemática (que no necesitan demostración) con los demostrativos de la lógica, que es algo de lo que cuesta mucho hablar en los términos de la agenda de crueldad de Milei y sus voceros. El problema es que un economista quiera demostrar todo (hasta los enunciados de las ciencias sociales) justamente a través de las curvas imaginarias de la oferta y la demanda, una ilusión de Economía del CBC que luego no se verifica en ninguna situación real, y no, las prepagas no van a bajar los precios para competir porque (a) son monopolio de cinco empresas que suben los precios a piacere y (b) un adulto de más de 60 años no puede elegir cambiar de plan, dado que ninguno te toma con esa edad.

Toda la curva creciente muestra que están cebados con algún tipo de endorfina que segrega la glándula de la crueldad. Que si lo del Congreso se pudo hacer, de allí para abajo todo ya está hecho, y entonces se puede hacer el numerito standupero en un colegio y contar cómo les dijo a los tipos de Davos que eran prácticamente socialistas.

Pero no contaban con el desmayo. Con el no haber ido. Con el no estar allí. El desmayo de dos alumnos podría significar varias cosas. Una, que el discurso se extendió un poco más de lo que soporta un escolta católico estándar y desnutrido; dos, que las generaciones de cristal no tienen por qué venir preparadas para soportar cualquier banana; tres, que no fue buena idea hacer un acto de inauguración del ciclo lectivo en un privado, salvo que el mensaje sea que todo el futuro de la educación está en hacerla negocio y no derecho. Entre uno, dos y tres, prefiero cuatro: prefiero imaginar que los alumnos desmayados lo hicieron a propósito, que se pusieron de acuerdo en un recreo, que fue un challenge entre teenagers desafiantes, que fue una broma de la que reírse años enteros, que se dieron cuenta de que hay situaciones a las que es bueno “no haber venido”.