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La prepotencia del botón

16-4-2023-Logo Perfil
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Quienes votaron a los candidatos del Frente de Izquierda lo hicieron por adhesión a sus ideas y sus propuestas, convencidos de que era preciso darles voz en el Parlamento (prefiero esa denominación, Parlamento, porque refuerza la designación de un lugar donde se habla). El aspecto primordial de esa posición política pasa por la defensa indeclinable de los intereses de los trabajadores. ¿De los trabajadores que los votaron, nada más? No, claro que no: de todos los trabajadores. ¿De los que no los votaron también? Sí, claro que sí, por supuesto: de los que no los votaron también.

De manera que, ante el avance de un proyecto que, a su criterio, responde una vez más a la insaciable conveniencia de los grandes grupos de poder económico, y que no supondrá por ende sino graves perjuicios para los trabajadores, lo que se espera que hagan como legisladores en el Parlamento es ni más ni menos que lo que hicieron: alzar la voz y oponerse.

Y es que un voto que se otorga no funciona como un encargo meramente personal (como quien manda a alguien a algún lugar a decir algo en su nombre), sino con un sentido más auténticamente político: expresión concreta de una determinada visión de la sociedad y sus conflictos. No faltan ejemplos en la historia, tristes todos ellos, de que un daño infligido a las mayorías contó circunstancialmente con el respaldo electoral de esas mismas mayorías. Eso no puede dirimirse sino en una discusión política.

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La parte cuantitativa del asunto resulta por demás evidente: tantos votos en las urnas, tantas bancas y legisladores; tantas manos que se levantan o no se levantan en el recinto, tantos votos a favor o en contra. Pero además de la parte contable, está la parte conceptual, la que se piensa y se argumenta, la que se elabora en un debate (quien no se siente dispuesto, o no se siente capacitado, aprieta con prepotencia un botón y apaga el micrófono del que habla).

Jorge Luis Borges se arrepintió de haber alguna vez despreciado a la democracia, definiéndola como “un abuso de las estadísticas”. Estuvo mal. Escuchando el otro día a Guillermo Francos, sin embargo, en lo que entiende magramente por democracia, detecté en aquella frase de Borges una oscura pertinencia.