Durante muchos años fue difícil acceder a la obra de Josefina Ludmer, una de nuestras gurúes literarias. Hace unos meses, Eterna Cadencia reeditó uno de sus libros, Onetti. Los procesos de construcción del relato, que se publicó originalmente en 1977. Intenté leerlo con la ansiedad de un descubrimiento postergado, pero confieso que no pude pasar del prólogo. Allí se anticipa al lector que el resto está escrito bajo los preceptos de la militancia crítica de la época: la fusión entre literatura y política y el uso de la lingüística, el psicoanálisis y el marxismo como herramientas. Con cierto pudor, Ludmer advierte que el libro incluye desplazamientos del significante tales como: “Queca=teta”; y que hoy es para ella “como el fantasma de un mundo perdido”, ya que no practica más “ese arte del análisis textual” y piensa, por el contrario, que “el texto no está en la obra ni en la literatura sino en la imaginación pública en forma de un hipertexto sin afueras”.
En ese prólogo, Ludmer habla de “nuestros clásicos” para referirse a Onetti, Borges y Rulfo y define así una primera persona del plural latinoamericana. Para alguien que se siente tan extranjero en México como en Estados Unidos y mucho más en Brasil que en España esa perspectiva hace ruido, lo que no me hace mirar con simpatía el título del libro nuevo de Ludmer que la misma editorial acaba de publicar: Aquí América Latina. Una especulación.
Pero finalmente, aunque confirmó parcialmente mis temores, pude leer un libro de Ludmer. Efectivamente, allí se propone un viaje “desde Aquí al mundo”, se espera que no siempre toque perder contra el Imperio y se afirma que no se puede pensar “si no desde aquí, América Latina”. A la hora de definir “especular”, Ludmer agrega que “en este libro especular sería pensar con imágenes y perseguir un fin secreto”. No sé si con tanto latinoamericanismo el fin secreto podría ser la obtención de un cargo en la Unasur, pero respetemos la intimidad de la autora.
Aquí América Latina se compone de varios ensayos de distinto origen y estilo. En uno de los más teóricos, Ludmer postula el fin de la autonomía de la literatura y se interesa por lo que llama “literaturas posautónomas”, textos “que no se pueden leer con criterios o categorías como autor, obra, estilo, escritura, texto y sentido”, que utilizan el testimonio, el diario íntimo, el reportaje periodístico y la crónica entre otros elementos heterogéneos, a veces mezclados con la ciencia ficción o el policial, y “fabrican presente con la realidad cotidiana”, sea eso lo que fuere. También declara abolida la distancia entre realidad y ficción, entre literatura e historia, entre cultura y economía. Si a esos postulados se les agrega la vieja costumbre académica de no hacer juicios de valor y la tendencia a hacer afirmaciones desconectadas entre sí y complementarlas con citas de sentido contradictorio, se concluye que Ludmer suprime, incluso, cierta exigencia de unidad o de coherencia en el género ensayístico.
Pero para predicar con el ejemplo, Ludmer incluye en el libro fragmentos de un diario del año sabático que pasó en la Argentina durante 2000. Es sin duda uno de los textos más alegres que se hayan escrito sobre el país en esa difícil circunstancia. Cada tanto, la autora intercala en el texto la interjección “¡Felicidad!”, sentimiento que le provoca tanto el encuentro con amigos como la visión de la serie Okupas en la televisión. El diario es una pieza notable: ligero, burbujeante, juvenil, muestra el placer simultáneo de las vacaciones en Buenos Aires y de la avidez intelectual de alguien dispuesto a sumergirse con ahínco en lecturas y conversaciones frescas. No sé si el diario de Ludmer es posautónomo, pero se lee con tanto placer como algunas memorias de los tiempos de la literatura.