Haití enfrenta un reto que va más allá de su propia historia. La situación del país desafía, quizá como nunca antes, a las Naciones Unidas, la OEA y las ONG humanitarias. Mucho del esfuerzo de reconstrucción hecho a lo largo de cinco años de trabajo de la Misión de Estabilización de Haití (Minustah) se ha perdido con el terremoto de enero pasado. Valerosos funcionarios de NNUU han muerto en el sismo y con ellos parte de la memoria institucional de la Misión. El hecho mismo de que Haití no tenga instituciones ni personal preparado complica aún más su propia rehabilitación en bases mínimamente nacionales.
A la tarea de estabilización y de reconstrucción post conflicto de la Minustah, amparada en el principio de la Responsabilidad de Proteger (RtoP), se suma la urgente asistencia humanitaria en larga escala, para la salvaguardia de la población que no tiene a quién acudir. RtoP y seguridad humana son problemas claves de Haití, agravados por las consecuencias abrumadoras del desastre natural.
En este contexto, la administración del presidente Barack Obama ha demostrado iniciativa y determinación tan rápidas como abarcadoras. Cerca de diez mil soldados han sido enviados al país y han controlado la administración del aeropuerto de Puerto Príncipe; se convocó a una conferencia en Montreal para organizar la financiación de la tarea de reconstrucción; una enorme movilización no gubernamental ha tenido lugar en los EE.UU. para la obtención de fondos para la reconstrucción del país.
Hay, sin lugar a dudas, un cambio significativo en la posición de la diplomacia estadounidense respecto de la situación de Haití. Parece que el país se ha convertido en la primera experiencia de acción humanitaria militar del gobierno Obama, no sólo con el objetivo de aplazar el dolor de los haitianos sino también para enviar un mensaje global de que los EE.UU. desean recuperar su imagen de liderazgo en las “buenas causas”.
La dificultad del presidente René Preval de asumir un rol más fuerte, más visible en medio de la catástrofe, ha puesto en entredicho la capacidad de su gobierno de manejar la soberanía en los temas más básicos.
El tema nodal que se presenta ahora es como conllevar las enormes tareas de reconstrucción post conflicto, bajo mandato de la Minustah, con la administración de la masiva ayuda humanitaria, bajo comando de los EE.UU. Se trata de poner en marcha una novedosa estrategia de cooperación internacional en la que la Minustah ya no es el actor principal, aunque se haya firmado un acuerdo entre los EE.UU. y el Consejo de Seguridad para conferir un carácter legal a la acción estadounidense.
El rol protagónico regional compartido entre latinoamericanos que se ha desarrollado de forma armoniosa en la coordinación militar de la Minustah, bajo el liderazgo de Brasil, queda ahora en la incertidumbre por la acción estadounidense. Si antes ya era compleja la relación entre la comunidad internacional y el gobierno haitiano, ahora es todavía más difícil saber cómo se harán las cosas sin atropellos.
Pese a la crisis económica global, parece que no hará falta dinero para un plan de reconstrucción de Haití. Lo que no está asegurado es cómo se van a coordinar los esfuerzos y la ayuda para este objetivo. Tampoco hay claridad de que la presencia masiva estadounidense signifique más seguridad ciudadana para los haitianos.
Una vez más, queda la impresión de que la acción estadounidense en la región o bien es omisa o bien es demasiada. El balance de esta ecuación en Haití dependerá mucho de las negociaciones entre los EE.UU. y sus socios principales en la Minustah, particularmente Brasil y los países de la Unasur. Eso es lo que se espera para que Haití, aun con tantas dificultades, siga siendo un escenario cooperativo y no una nueva arena de disputas por la hegemonía hemisférica.
*Miembro de la Junta Directiva de CRIES.
Profesor fulbright invitado de la Universidad de Notre Dame.