Continúa de ayer: “Impulsividad y política”
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Las dos imágenes que acompañan esta columna son del fotógrafo de Editorial Perfil Juan Ferrari tomadas en nuestros estudios en 2018. Costaba por entonces imaginar que un candidato que posara con esa kinestesia, cinco años después pudiera terminar siendo el más votado para presidente, pero lentamente se lo va digiriendo. Hoy, después de haber ganado las PASO, recorre el conurbano bonaerense en el techo de una especie de “menemóvil” (por el expresidente, que inauguró esa forma de recorridas como herramienta electoral) con una motosierra encendida. Pasaron cinco años y tanto su esencia estética como su comunicación no verbal son auténticamente las mismas.
Volviendo a Menem, las comparaciones de Milei con el expresidente de los 90 podrían ser tantas como las de esta columna de ayer con Donald Trump. Menem en 1989 también sorprendía con su llamativo pelo y patillas, además de escandalizar con habitus poco convencionales para un candidato a presidente. Resultaba inverosímil que una figura así pudiera convertirse en presidente y menos aún que si fuera electo pudiera gobernar.
Así como en el caso de los papas el hábito blanco transforma y literalmente inviste a la persona de un aura propia de su función, ¿habrá algún equivalente en la política de lo que para los creyentes significa el Espíritu Santo que se introyecta en el individuo y como en el caso de Menem lo emprolija tanto en las formas como en el fondo cuando el destino lo elige como presidente?
Si alguien con los problemas psiquiátricos de Donald Trump, detallados minuciosamente en la columna de ayer (ver descripción de la Clínica Mayo en bit.ly/trastorno-narcisista y en n9.cl/explosivo-intermitente), pudo ser presidente de los Estados Unidos sin que se apretara el botón rojo de misiles atómicos ni hubiera una tercera guerra mundial, se podría convenir que las democracias tienen sistemas de equilibrio más eficientes de lo que se supone y restará por ver si la Argentina tiene desarrollados esos anticuerpos tanto como Estados Unidos.
Otra pregunta que cabe hacerse es sobre el equipo que acompaña al candidato, en el caso de Menem estaba el peronismo detrás, con casi veinte gobernadores, mayoría tanto en el Senado como en Diputados y una Corte Suprema de Justicia (ampliada) con una mayoría automática de jueces designados por él. Y en el de Milei, salvo el caso del moderado Guillermo Francos, hipotético ministro del Interior de un gobierno libertario, el referente de Milei para presidir el Banco Central, Emilio Ocampo, puso en duda el patriotismo de San Martín, quien a su juicio habría sido un enviado de Inglaterra para perjudicar a España, y pocos días después el referente libertario para el área de Educación, Martín Krause, no tuvo mejor ocurrencia que decir que si la Gestapo hubiera sido argentina, en lugar de alemana, habrían muerto menos judíos.
Pero expertos en la política como profesión sostienen que no resulta problema carecer de equipos y representantes territoriales o legislativos porque una vez que el candidato es electo presidente, corren de todos los partidos presurosos a colocarse a su disposición. Que, incluso, eso mismo ya estaría sucediendo con Milei, quien recibiría todos los días ofertas de peronistas y radicales de pasarse a sus filas tras un definitivo triunfo electoral, a lo que se suma al apoyo táctico que recibiría del sector más duro del PRO y del propio Mauricio Macri.
Pero ¿“las cartas estarán echadas” –como dijo Julio César al cruzar el Rubicón (alea iacta est)– y los que no se dan cuenta es porque no saben escuchar el humor de época escrito en el sonido del viento? Perfectamente podría afectar una forma de ceguera paradigmática a muchos de los que no quieren hacer el esfuerzo cognitivo de imaginarse una presidencia de Javier Milei y como primer mecanismo de defensa niegan que eso pueda suceder. La misma que luego, cuando la situación negada se confirma como irreversible, obliga a adecuar sus nuevos pensamientos.
El mejor ejemplo fueron los títulos de tapa del diario oficial de Francia en 1815 Le Moniteur Universel a lo largo de los 21 días que pasaron entre que Napoleón se escapa de su prisión en la isla de Córcega y hace su entrada triunfal en París. Cuando el 26 de febrero Napoleón escapa de la cárcel, Le Moniteur Universel titula “El antropófago ha salido de su guarida”. El 1º de marzo, cuando llega a la costa francesa: “El ogro de Córcega acaba de desembarcar en Golfe Juan”. El 7 de marzo, cuando en Grenoble un batallón del ejercito se pasó en bloque a su bando: “El monstruo ha dormido en Grenoble”. El 10 de marzo, cuando entró en Lyon acompañado por el regimiento que se le había enviado a detenerlo: “El tirano ha atravesado Lyon”. El 15 de marzo, cuando pasó la noche en la ciudad de Autun, a trescientos kilómetros de París: “El usurpador ha sido visto a menos de sesenta leguas de París”. El 17 de marzo, en Auxerre, a menos de 150 kilómetros de la capital: “Bonaparte avanza rápidamente, pero nunca entrará en París”. El 19 de marzo, cuando su ingreso a París era imparable: “Napoleón estará mañana frente a nuestros baluartes”. A la tarde de ese mismo día, en una edición especial: “El emperador ha llegado a Fontainebleau”. Y el 21 de marzo, ya convertido en nuevo diario oficial: “Su majestad imperial y real hizo ayer su entrada en el palacio de las Tullerías en medio de sus fieles súbditos”.
No hay pensamiento sin alguna intervención del deseo que escoge de la librería de argumentos los adecuados en un sentido o el otro. Los dos debates serán una muy prolífica fuente para esas “evidencias” que nuestros cerebros procesarán de manera adaptativa para cumplir la primera misión de cualquier especie: sobrevivir. Lo que en los vertebrados se denomina síndrome de adaptación general y regula la respuesta frente al estrés agudo: luchar o escapar; resistir o adaptarse. O una combinación de todas por etapas.