Además de formular una fuerte crítica a los columnistas habituales de los domingos –acerca de cuya tarea no opinaré porque es irrestricto su derecho a pensar, escribir y comentar según su leal saber y entender–, el lector Patricio Okon cuestiona afirmaciones que hizo Jorge Fontevecchia en su contratapa del domingo 21, que tituló “Periodismo de investigación”. Dice el señor Okon que el director de PERFIL “cae en una exageración cuando dice que las empresas tienen la ‘obligación republicana’ de pautar (publicidad) en ciertos medios”. Y expone argumentos que pueden ser leídos en la página 34. Como se trata de una cuestión de interpretación que excede lo periodístico, y como el autor de la carta tiene derecho a recibir aclaraciones de parte de Fontevecchia, he aquí la respuesta que me envió: “Dos ejemplos sobre por qué la publicidad privada tampoco debe quedar excluida de ciertas limitaciones a la arbitrariedad de quien decide su publicación: un gran desarrollador inmobiliario amenaza con levantar la publicidad de sus emprendimientos si el medio difunde que su hijo fue acusado de un delito; un gran supermercado amenaza con levantar la publicidad si un medio publica que los comestibles de una sucursal estaban en mal estado. Al anunciante privado también le está prohibido discriminar con su poder económico tratando de producir censura. Eso respecto de lo judiciable. La obligación republicana de los grandes anunciantes entra en el campo de lo moral”.
Es muy interesante que este cambio de opiniones se dé en el marco de un editorial referido al periodismo de investigación, disciplina tan apasionante como costosa en tiempo, dinero, esfuerzo y muchas veces la vida misma. Y más considerando lo que está pasando en estos días con el género, que ha ampliado y profundizado revelaciones acerca de negocios sanctos y non sanctos que tienen por protagonistas a empresarios amigos del Poder.
Curiosamente o no tanto, muchos voceros formales o contratados por el Gobierno y su partido prefieren denostar personalmente a quienes investigan periodísticamente y apuntar institucionalmente contra los medios que les dan espacio, que abrir el juego a la autocrítica y revisar procedimientos y políticas que, más temprano que tarde, acabarán por esmerilar el poder que defienden sin cuestionar nada.
La definición inicial del periodismo de investigación es que trata sobre el Poder, y fundamentalmente sobre lo que el Poder intenta ocultar y que la opinión pública (lectores, televidentes, radioescuchas, habitués de internet; el pueblo, en suma) merece conocer. Cuando hablo del Poder –que quede claro– no hablo únicamente de este Gobierno, ni de los gobiernos en general. Hablo de toda forma de Poder: político, corporativo, empresarial, sectorial, sindical, religioso, hasta deportivo o del mundo del espectáculo. Por supuesto, cuando un poderoso se siente amenazado por alguna denuncia pública (los ejemplos actuales y del pasado lo demuestran) reacciona como el lobo que defiende su cubil: atacando. Si la investigación periodística ha cumplido con los pasos que un trabajo serio demanda, el resultado será incontrovertible, y no habrá quien pueda levantar sus resultados. Hallar y chequear fuentes confiables, obtener pruebas documentales, enlazar y cruzar datos y personajes, movimientos y contactos, son elementos básicos de una técnica que ahora sería largo y tal vez tedioso transmitir a los lectores. Ejemplos históricos como los fusilamientos ilegales de 1956, revelados por Ropolfo Walsh, el tráfico de armas durante el gobierno de Carlos Menem y el escándalo Ciccone todavía irresuelto (para mencionar, apenas, tres hechos de diversas épocas), son notables antecedentes a tener en cuenta para que se comprenda lo que significa la especialidad. No es casual que cualquier periodista sienta una envidia enriquecedora cuando una investigación está bien hecha: desnudar el cuerpo del Poder ornado con fantasías y exponer públicamente toda la dimensión de sus miserias es el sueño de cualquiera que esté en este oficio.
La lectora Adriana Gallinari extraña las columnas de política internacional que escribe Dante Caputo. Comparto su inquietud: el ex canciller –me informan– se ha tomado un breve descanso de esta tarea (aunque ha publicado columnas en la sección Política) y volverá a gratificarnos con sus análisis en poco tiempo más.