Hace poco Eduardo van der Kooy afirmó que nos equivocamos quienes convencimos a Mauricio Macri de que se había producido una revolución cultural, porque el país es reacio a los cambios y sigue siendo el mismo de siempre. El paradigma político argentino supone que existe una lucha eterna entre el peronismo y el antiperonismo, pero es poco probable que Jesús haya cantado la marcha peronista con sus discípulos, como suponen algunos católicos, o que la entonarán los robots cuando aprueben el Test de Turing en los próximos años.
Los estudiosos de la política de las universidades más importantes del mundo dicen que vivimos una hecatombe que arrasa los valores y las formas de la sociedad occidental del siglo XX. Argentina está en este mundo, y esa transformación inevitablemente produce una revolución cultural en su interior. La vinculación de los seres humanos entre sí y su relación con los objetos es distinta a la que existía hace veinte años en todos los niveles, la realidad actual es más virtual que física.
Democracia. En cuanto a la democracia representativa, sus instituciones se desmoronan en medio de una crisis difícil de entender. Nacieron con la Revolución Industrial y no logran acomodarse en la sociedad que nació con la Revolución de las Comunicaciones. Necesitamos profundizar en la teoría para diseñar hipótesis con rigor lógico, que se puedan contrastar con la realidad de manera empírica, porque la mayor parte de los conceptos que sirvieron para analizar la sociedad del siglo XX caducaron. Necesitamos leer a Juan José Sebreli y no atontarnos repitiendo consignas ideológicas. En el mundo hay cientos de académicos que trabajan en el tema y producen miles de investigaciones todos los meses.
Nada explica por sí mismo lo que pasa en una sociedad en un momento determinado. En esta coyuntura se mezclan conceptos que surgieron en la sociedad industrial, que se transforman y chocan con los que aparecieron con la Revolución de las Comunicaciones.
Comentando una nota de Carlos Pagni, Jorge Fontevecchia se preguntaba hace dos semanas si el triunfo del peronismo se explica por una nueva forma de lucha de clases que enfrenta a un país más pobre, afincado en las provincias y en algunos municipios de la provincia de Buenos Aires, con una franja central rica, compuesta por municipios de la misma provincia, Córdoba, Santa Fe y Capital.
La pobreza tiene que ver con esas contradicciones, pero no es el único elemento. Conozco prácticamente todos los países de la región y varios de los que surgieron con la crisis europea de 1850, como Argentina. A simple vista y analizando los datos del Banco Mundial, en ninguno existe una situación de miseria tan enorme como la que algunos atribuyen a laArgentina. La mayoría tiene un porcentaje oficial de pobres más bajo que Argentina y no se han visto obligados a declarar una emergencia alimentaria.
Unos y otros. En todo caso, está la pobreza pero también existen otros factores que explican las actitudes políticas, como la división entre argentinos que están más relacionados con el mundo, usan internet de manera sofisticada, tienen formación académica, viajan, hablan otros idiomas, y otros que no vivieron fuera del país, son menos informados, solamente hablan castellano, leen poco o leen bibliografía añeja.
Los primeros votan por el cambio, los segundos son conservadores, se ubican en una derecha que incluye a clericales y a izquierdistas antiguos. Esta contradicción se expresó en la votación de los argentinos que residen en el exterior: el 75% votó por Macri y el 17% por Fernández.
Hoy todo se arma desde abajo, en una sociedad caótica e interconectada, con una lógica que la academia recién empieza a descifrar
En todos los países, quienes están más informados acerca de lo que pasa en el mundo quieren cambiar la sociedad, desconfían de los partidos, el Congreso, la Justicia y el poder establecido, tanto de la democracia representativa como de dictaduras que han durado muchos años.
Se comunican directamente entre ellos, están inconformes con lo que viven y lo atribuyen a los políticos, a los sindicatos, a todas las instituciones, quieren cambios radicales que en cada sitio se entienden a su manera. Los manifestantes que derribaron a Evo Morales en Bolivia, Saad al-Hariri en Líbano, Abdelaziz Buteflika en Argelia, Omar al-Bashir en Sudán, Abdel Mahdi en Irak, y también los que pusieron en aprietos a Emmanuel Macron en Francia, Sebastián Piñera en Chile, Iván Duque en Colombia, Lenín Moreno en Ecuador, están cansados de su situación. Protagonizan eventos propios de la era posinternet que no están manejados por la CIA, el imperialismo, Cuba, Venezuela o cualquier otro fantasma en el que creen los viejos políticos.
Manipular. Estas movilizaciones no se pueden organizar desde arriba, porque con la red no es difícil manipular a la gente. Se arman desde abajo, en una sociedad caótica e interconectada con una lógica que la academia recién empieza a descifrar. En las universidades más importantes del mundo se producen decenas de trabajos sobre el tema, que desgraciadamente no llegan a las comunidades académicas latinoamericanas, que suelen estar anquilosadas.
Tal vez el texto más interesante del año pasado fue el de Jeremy Heimans y Henry Timms, “New Power. How anyone can persuade, mobilize, and succeed in our chaotic, connected age”, publicado inicialmente por la Harvard Business Rewiew. Los autores hablan de que cualquiera puede persuadir, movilizar y tener éxito en el caótico mundo de la interconexión, que se volvió horizontal. Existe un nuevo liderazgo disuelto, líquido, repartido entre la gente, que no pasa por la Secretaría General del Partido, ni siquiera por los partidos ni por la presencia de oradores que prediquen ideologías.
Ninguno de los autores que analizan estos temas cree que la política consiste en el poroteo, acuerdos de toma y daca entre partidos, líderes y notables, como les gusta a algunos políticos latinos. Es eso justamente lo que detesta la gente. La nueva forma de hacer política y tener éxito en este mundo caótico exige un liderazgo horizontal que, en vez de ordenar, acompañe y promueva las iniciativas de la gente.
Nueva política. La nueva política se desarrolló en los últimos años en Argentina entre los integrantes del sector más moderno de la población. Funcionaron así los cacerolazos, la manifestación pidiendo que se investigue el asesinato de Nisman, la concentración en contra de la violencia. En las últimas elecciones, con el imprevisto resultado de las PASO, la dirección de Cambiemos quedó desconcertada durante dos semanas. En un caso digno de estudio, fue la gente común la que organizó una manifestación que relanzó la campaña. Algunos dirigentes creían que eso era una locura, que no podía funcionar, que los electores estaban demasiado deprimidos como para asistir, que no había nada que hacer. Pero ninguna autoridad podía suspender algo que no había convocado, y la iniciativa crecía de manera incontenible en las redes. El acto provocó que partidarios de otras circunscripciones quisieran hacer algo semejante y se pusieran a organizarlo.
La idea tenía sentido en el caso de Mauricio porque desde hace años su política está cerca de la gente. Su relación directa con los electores se inició con los primeros timbreos en la Ciudad de Buenos Aires en 2005, siguió en las campañas y continuó en la presidencia, cuando recorrió 350 mil kilómetros visitando familias.
El dato no se publicó, lo conocíamos quienes estuvimos cerca, no lo hizo por marketing, para sacar fotos o proyectar una imagen artificial. Fueron visitas personales que finalmente dieron su fruto. En las PASO, Alberto Fernández tuvo 12.205.938 votos, y en la primera vuelta consiguió 12.945.889: incrementó su votación en 739.951 votos. Mauricio Macri obtuvo en las PASO 8.121 689 votos, en la primera vuelta 10.811.345: su caudal electoral subió en 2.690.656 votos, 3,6 veces más que su adversario.
En ningún lado armaron escenarios con dirigentes ni la gente fue movilizada por organizaciones. Cuando concurrieron ministros y dirigentes de la campaña, se mezclaron con la gente, participaron de manera horizontal. No hubo una convocatoria oficial del candidato, de dirigentes ni de los partidos que integraban Cambiemos. Si se hacían esas convocatorias se habría debilitado la movilización. Los que asistieron al acto llegaron y se fueron cuando quisieron. Querían expresar su confianza en que Argentina puede cambiar, identificarse con otros que comparten ese sueño, y nada más.
Jorge Fernández Díaz decía en una nota que con esa gente se podría fundar un nuevo partido popular republicano, pero eso sería como organizar una sociedad de caza y pesca con ecologistas y veganos. La mayoría de los 8 millones de personas que votaron por Mauricio y de los 2 millones que salieron a la calle a respaldarlo siente aversión por la vieja política. Quiere algo distinto y quienes queremos colaborar para construir una Latinoamérica moderna y democrática debemos pensar creativamente para plantear alternativas desde un nuevo paradigma.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.