Peculiar fenómeno político: en el oficialismo nadie quiere ser presidente y, en la oposición, todos mueren por llegar a la Casa Rosada. Dilema entre el querer y el poder. A un año del fin del ciclo kirchnerista, Cristina no se anima a la principal candidatura, tampoco su hijo Máximo, ni hablar de un Kicillof aferrado a la gobernación como Ulises al palo mayor mientras Alberto Fernández bromea con la reelección para evitar que naufrague aun más su actual mandato. Solo queda Massa como ilusionado aspirante del grupo fundador, quien ya confesó que tiene pensado otra actividad en el caso de que no culmine con un éxito su ministerio. Espacio para los suplentes.
Ninguno de ellos ha perdido el deseo por “hacer patria” en los comicios del 2023, pero temen un desencanto electoral –inquietante para los casos judiciales de la Vice– y proponen búsquedas de menor cuantía, tipo Wado de Pedro o el aún más desconocido Pablo González, titular de YPF, quien discursea, se saca fotos con la Copa de Boca Juniors y aparecerá, repitiéndose, como auspiciante del seleccionado en el Mundial. Tiene sus expectativas con la propaganda oficial, alguna voz femenina lo habrá alentado.
En cambio, en la tienda de enfrente abundan los postulantes para un mismo cargo, en este caso convencidos del triunfo: Rodríguez Larreta, Bullrich, Macri, Morales, Manes, ahora Lousteau. Demasiados candidatos para una misma frutilla.
“Yo no recibo órdenes de nadie”, le habría dicho Alberto a Wado, enviado de CFK
No se olviden de mí, reclama el eterno aspirante Daniel Scioli, de casi seguro regreso al país y quizás a la Jefatura de Gabinete si gana Lula en Brasil. Para agregarle un gramo de resistencia al propio Alberto en su voluntad por mantener las PASO contra la instrucción de Cristina, autora de la ley que hoy quiere anular. Casquivana la muchacha. Igual que otras chicas o chiques del Senado que también se dieron vuelta con obediencia militar.
Como Alberto no le atiende el teléfono, la Vice envió a De Pedro (un nuevo títere, remedo de Alberto F 2022) para ordenarle al Presidente que se allane en suspender ese instrumento electoral. Dicen que no le fue bien al recadero y que se encontró con un virulento “yo no recibo órdenes de nadie”, para concluir con un estallido físico que el cronista evita detallar para no entrar en honduras palaciegas. Para entender el clima, basta una declaración de Aníbal Fernández. Le dijo a De Pedro: “Dejate de joder”. Si lo repite en público, es de imaginar lo que reprocha en privado.
Alberto F, si mantiene su palabra contra la suspensión de las primarias –cuestión un tanto harto difícil de acuerdo a su historia– podría demostrar que la Armada de Cristina no es la británica de otros siglos, mas bien se parece a la Brancaleone. Tanto tiempo perdido para un descubrimiento tan pequeño.
Los antecedentes señalan que las organizaciones políticas constituidas desde arriba suelen durar poco, frentes o coaliciones, al revés de aquellas otras que se elaboran desde abajo en forma democrática. Lo sabe Cristina, que mas bien apreciaba el último ejercicio aunque procedía como patrona de estancia. Y ahora lo confirma, prefiere un poder más autocrático, el dedo elector (su dedo, claro) y reniega de elecciones internas: teme perder su influencia en el arco llamado peronismo.
El pacífico Rodríguez Larreta persigue el misterio de Patricia, su rival en ascenso
Extraña pareja. Si lo destruye a Alberto y éste a su vez se rebela, hay otra relación con Massa: se gratifica hablando con él un promedio no menor de tres veces por día, almuerzan juntos en ocasiones y le garantiza el apoyo “crítico” de La Cámpora, vía Máximo, clave para encuadrarse ante el ministro de Economía. A veces pega un respingo con sus cincuentones, pelean por una auditoría a la Anses o menudencias de ese tipo. Nada insalvable.
Ni denuncian ya al FMI, pasa en silencio el acuerdo con el Club de París. Tampoco hay referencia al pelotazo del cuasi fiscal o al comportamiento de la inflación. Sí está alerta Cristina por opiniones de Gabriel Rubinstein sobre la devaluación, idea que no prospera en el massismo y menos en el Banco Central, ya que se han comprometido ante ella en soslayar el tema cambiario aunque necesariamente termine en recesión. Han elegido ese infierno al otro.
También parecen enterradas otras martingalas de variado tipo –como quitarle tres ceros al peso– y los rumores indican que Massa solo se preocupa por atravesar el verano y a Rubinstein lo ha congelado en un rincón del equipo: habla mucho, es larguero y su proyecto devaluatorio del 30 o 50% está hundido por ahora. No significa que lo releven de Programación Económica. El ministro no está para echar a nadie, es el único del equipo oficialista que apuesta y transpira para el 2023: en cualquier momento muestra cómo ha mejorado en las encuestas, sobre todo en la voluminosa provincia de Buenos Aires.
Convulsión opositora. Del otro lado, en plena efervescencia, Patricia Bullrich todas las semanas incorpora a un tuitero u otros advenedizos como adherentes a su agrupación, convencida de que tiene la pista libre para competir en JxC.
También en subida, como Macri, quien hasta participa de un documental sobre su vida (al estilo Putin o Evo Morales, de egos monumentales) con un equipo de técnicos extranjeros que lo filman a cada rato. Insiste en que no se anotó para la presidencia, pero hace recorridas proselitistas como si fuera candidato y a su pupila Patricia, en rigor, le reserva la Capital en el caso de que él se presente y ella midiera más que su primo Jorge. Siempre y cuando se convenza de que él es la única alternativa para el país o, más precisamente, de que las encuestas registren ese dato que él ya tiene incorporadas a su vida. Como todos.
Si supiera Larreta lo que opina de él Macri en privado, no lo aplaudiría con tanto entusiasmo
Rodríguez Larreta, a su vez, cruza margaritas con los radicales, siente que pueden conformar fórmulas comunes y hasta arriesga la propiedad del PRO sobre el distrito porteño. Sigue los consejos de un asesor múltiple que lo persuadió de blanquear su relación con una colaboradora en la Municipalidad, lo conminó a pegarse con los radicales y, si es necesario, proclamar su independencia de Macri.
Eufórica la UCR con estas refriegas del PRO, en la que un halcón como Cornejo rechaza cargos electivos y en cambio quiere gestionar en un gobierno futuro, mientras la palomita de Lousteau ya saltó de jefe de Gobierno capitalino a postulante presidencial. No quiere que lo tilden de hombre de derecha, mientras sus amigos se comen hasta las miguitas.
Momento difícil para Horacio. Reconoce que debe salir de la vía Mauricio, quien se ha convertido en un escollo en su vida política. Y eso que no sabe lo que opina Macri de él en privado. Si lo supiera, se supone, no habría aplaudido con tanto entusiasmo a su ex jefe en la presentación del libro “Para qué”, demostrando que siguen amigos como siempre.