Cuando el periodista –el periodismo, en general– deja de cumplir su oficio con la necesaria distancia de los factores de poder, de las posturas políticas, de las influencias de ideologías aplicadas a partidos o agrupaciones políticas, sociales, económicas, religiosas, ocupa un espacio que no es el de la profesión. En nuestro país, esto fue bautizado años atrás como “periodismo militante” y exhibido por quienes lo practican poco menos que como una medalla, un símbolo de lo correcto.
No es un defecto propio de los argentinos. En otros lugares se lo llama “periodismo de trinchera” y es objeto de estudio por medios, analistas vinculados al oficio, universidades. Este ombudsman se ha ocupado de esa desviación de los objetivos centrales en el ejercicio de la profesión, puntualizando siempre que no es sano para los periodistas ni para los destinatarios de su trabajo –lectores, televidentes, escuchas, consumidores de medios digitales– lo sesgada que resulta cada entrega. Si bien no es posible la objetividad absoluta (porque inevitablemente cada periodista incluye sus ideas y posturas en su trabajo profesional) sí es posible y necesario acercarse a la información desprovisto de preconceptos o consignas.
Lo acabamos de ver el 9 de Julio, con la cobertura que los medios hicieron de las manifestaciones opositoras al Gobierno. A uno y otro lado de la grieta, los adjetivos fueron rotundos, alejados del análisis ecuánime necesario para aquietar las aguas. Como ya ha ocurrido, el ruido fue superior a la reflexión, y ese ruido echó leña en un
fuego que resulta peligroso para la convivencia. Resultado: manifestantes enardecidos (en buena medida empoderados por periodistas embarcados en la oposición), atacaron con violencia a trabajadores de prensa que cumplían con su tarea en el área de las concentraciones; periodistas a uno y otro lado dispararon munición gruesa contra sus colegas de la otra orilla. En suma, todo lo que el ejercicio profesional rechaza como válido.
Hace poco más de tres años, el periodista catalán Francesc De Carreras escribió en el diario El País de Madrid un artículo que tituló “Contra el periodismo de trinchera. Vale la pena recoger algunos de los conceptos de esta nota. Para el autor (y suscribo como propios sus conceptos), “es aquel tipo de periodismo que contempla la realidad como un campo de batalla en el que se enfrentan buenos y malos y en el cual el periodista, apostado siempre en la trinchera de los buenos, tiene por misión disparar únicamente contra los malos”. Este ombudsman tituló su columna del domingo 5: “Los periodistas no somos ni tan buenos ni tan malos”. ¿Casualidad? No, causalidad: no somos pocos los profesionales de este oficio que vemos con alarma el crecimiento de esa pérdida de libertad y racionalidad. Señala De Carreras en su artículo que el periodismo militante “se mueve en el mundo de la fe y las creencias, y el público que lo consume lo que quiere es afirmarse en sus ideas sin que nadie le introduzca duda alguna sobre las mismas.
Es un periodismo que a veces se autodenomina progresista, pero que no conduce a progreso alguno sino solo al bloqueo de las mentes, al dogmatismo y al fundamentalismo, ya que no parte de la libertad de criterio ni de la razón como método para averiguar la verdad”.
Para concluir: es cierto que en la Argentina existen medios embarcados en una oposición cerril, que mira con un solo ojo lo que sucede y lo analiza en consecuencia y también es cierto que parte de ellos conforman poderosos holdings comunicacionales. Pero también es cierto que existen medios instalados en una defensa a ultranza de cuanto hace y dice el Gobierno, en un entramado empresario con menos poder económico, pero abundante poder político.
Ni unos ni otros son el ideal del buen lector de PERFIL.