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humanidad

Las virtudes perdidas

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Empatía. La bacanal en Olivos en lo más duro de la pandemia mostró ausencia en la política. | cedoc

En los vínculos humanos están presentes, en mayor o menor medida, con mayor o menor intensidad, valores y sentimientos como la amistad, el amor, la piedad, la confianza, la solidaridad, la generosidad, la misericordia, la aceptación, la buena fe, la gratitud (considerada como agradecimiento desinteresado). Aquello que los filósofos de la antigua Grecia llamaban virtudes. La virtud, dice el pensador francés André Comte-Sponville siguiendo a Spinoza y a Montaigne, logra que el individuo sea humano. Y no se puede ser virtuoso, afirma, sin la presencia del otro y sin considerar esa presencia. De ahí que es en las relaciones, en la interacción, donde las virtudes cobran cuerpo y significado, porque no es enunciándolas como se las reafirma, sino viviéndolas. Y cuando se pierden, advertía el empirista inglés John Locke (1632-1704), no se recuperan.

Esto, que vale para todos los vínculos del escenario humano (pareja, familia, amistad, docencia, trabajo, etcétera), parece tener, en este tiempo y en este lugar, una excepción: la política. Basta con ver y padecer las decisiones y actitudes de los gobernantes, de los funcionarios y de los aspirantes a serlo, basta con observar las roscas y las pujas de quienes se empeñan en obtener candidaturas o refugios en boletas electorales, para comprobar de inmediato la ausencia de cualquier virtud. Ninguna de ellas asoma como el faro o la brújula que orienta las acciones de estas personas. Lo que predomina es la complicidad, la confabulación, la connivencia. La conveniencia reemplaza a cualquier sentimiento, aunque pueda disfrazarse de alguno de ellos. Y la traición es un fantasma que sobrevuela cada vínculo. En los aspirantes a la sortija mayor alcanza con la memoria de todo ciudadano consciente para repasar el currículo que ostentan en estas materias. Pero de ahí para abajo cuesta encontrar a quien pueda arrojar la primera piedra. El marxismo de Groucho es la ideología sobresaliente, por encima de la escudería a la que representan: dicen tener ciertos principios, pero pueden cambiarlos por cualquier otro, a gusto del público al que se dirigen en cada momento.

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Están discapacitados para la empatía (pocos días atrás se cumplió un nuevo aniversario de la bacanal convocada en la residencia de Olivos mientras se prohibía despedir a seres queridos que morían en la pandemia y se aplicaba un confinamiento irracional a la ciudadanía) y llaman experiencia, habilidad y talento político a lo que por momentos parece alexitimia, afección que impide registrar y expresar sentimientos y emociones. Aunque ellos son capaces, sí, de fingirlos.

Si se recupera el sentido real y profundo de la política, nada es más lejano a su espíritu que todo esto. En uno de los ensayos que componen su libro La promesa de la política escribe Hannah Arendt que, para un gobernante, o para quien aspire a serlo, resulta esencial comprender la realidad del otro, de tantos otros como sea posible, y al mismo tiempo articular la diversidad encontrando en ella el factor común que permita la convivencia. A su vez, Emmanuel Mounier (1905-1950), filósofo francés padre del personalismo comunitario, corriente de pensamiento que pone al ser humano en el centro de la acción política y social, advertía en El personalismo (ensayo que contiene lo fundamental de sus ideas) sobre el hombre convertido en objeto dentro de la economía y del juego democrático. Objeto es lo contrario de sujeto. Como objeto de ambiciones e intereses que se manipulan en la política que conocemos y padecemos, la persona es solo un medio para fines ajenos y espurios. En la objetivación de lo humano mueren sentimientos y valores. Y esto, que afecta en primer lugar a cada ciudadano de a pie, se verifica también en el juego de fulleros (la vicepresidenta, que usó esta palabra, conoce bien su significado) en el que se disputan o se apropian candidaturas. Hoy un juramento, mañana una traición, nunca una virtud, un valor, un sentimiento no simulado. Decía Mounier que, aunque la política está en todo, no puede ser el fin, sino un medio. El fin debe ser el respeto a la persona.

*Escritor y periodista.