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Los libros de la mala memoria

16-4-2023-Logo Perfil
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Hace un par de años, nacido de un deseo que había ido creciendo con los años, dar testimonio de una práctica, dejar a otros la constancia de una experiencia (lo que no necesariamente equivale a un legado), publiqué un libro acerca de cómo escribí mis libros. Como la prosa es prosaica, me aferré a la cronología. Libro a libro fui contando como los escribía, y a medida que escribía iba descubriendo también que:

a) mi nuevo libro consistía menos en la reflexión sobre mis procesos de escritura que sobre el modo en que esos procesos habían sido influidos, o mejor dicho determinados, por los libros que leía antes y durante esos procesos (y hasta podríamos decir, después). 

b) A medida que avanzaba en el relato, es decir, mientras me iba acercando a mis últimos libros, mi capacidad y hasta mi deseo de escribir sobre ellos disminuía. De algún modo, el paso del tiempo obraba sobre mí y la memoria de las primeras épocas se mantenía más fresca y viva que las experiencias más recientes (tal vez con ayuda de esotéricas constelaciones o abuso de drogas enteogénicas, uno podría llegar al primer vagido).

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La experiencia de a) no me sorprendió demasiado. Un escritor sabe que escribir es, de alguna manera, ordenar su biblioteca, organizar en zonas los libros leídos, darles funciones nuevas, olvidarlos o actualizarlos mediante sistemas de apropiaciones y exclusiones no siempre conscientes ni explícitos, operaciones sutiles que están, podríamos decir, “legalizadas”, por lo menos desde que Poe meditó sobre su método de composición de un poema. Pero b) me inquietó. Yo no sabía, sinceramente –sinceramente conmigo mismo– si esa reducción progresiva era entonces, y como creí primero, efecto de la senilidad creciente, o una constatación de esa frase que solía decir el malévolo Fogwill –“La vida útil de un escritor es de 25 años; yo ya voy por los 30–. Y ahora que la anoto, no sé si la dijo él. En la vida y sobre todo en la literatura, toda experiencia es un recuerdo, una evocación, una cita. Por supuesto, otra vez no llegué al punto que quería abordar. Y hablando de malevolencia, desde aquí deseamos que otro adorable maligno, Elvio Gandolfo, se mejore y se cure y siga escribiendo sus libros magníficos.