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Los sonidos del silencio

Ahsan propone una batalla entre los tímidos y su gran enemigo, los Supremacistas Extrovertidos.

16-4-2023-Logo Perfil
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El otro día vi en televisión al periodista Andrés Oppenheimer hablando de su libro ¡Cómo salir del pozo!, que se ocupa, según la tapa, de “las nuevas estrategias de los países, las empresas y las personas en busca de la felicidad.” Ponía como ejemplo de tales estrategias las clases obligatorias de felicidad que se imparten a los niños de la India, en la que se los entrena para ser optimistas. Horrorizado por el aspecto orwelliano del asunto, al día siguiente me encontré con Tímidos radicales, un libro del artista y curador británico Hamja Ahsan, que la tapa presenta como “La política antisistémica del militante introvertido”. Me pareció que la idea de defender a los tímidos, a los que en la infancia sufren el bullying de sus compañeritos, a los que les molestan las multitudes y las fiestas patrias, a los que se recluyen en el aislamiento como los hikikomori japoneses o los ermitaños de todas las épocas, era un posible antídoto contra la felicidad obligatoria que celebra Oppenheimer. 

Ahsan propone una batalla de dimensiones planetarias entre los tímidos y su gran enemigo, los Supremacistas Extrovertidos, responsables de un mundo que atosiga  a sus ciudadanos con imágenes, sonidos y modas inspiradas en el afán de llamar la atención y sufre una polución económica y espiritual que amenaza a los que no se pliegan a sus designios. Desde los carnavales a los artículos de marca, desde el pop coreano al cine mainstream, desde el consumismo desenfrenado a la intoxicación alcohólica permanente, los Extrovertidos deterioran el ecosistema, atentan contra el espíritu de contemplación e investigación y producen falsas identidades, falsos ídolos y falsas liberaciones. Ahsan nos recuerda que hasta los líderes de los movimientos antisistema terminan siendo estrellas pop, ahogan su militancia en la fama y sucumben al estilo de vida del trendy club de los ricos y famosos a los que la publicidad fuerza a imitar.

Un pequeño problema del libro es que la República Popular Tímida de Aspergistán, a construirse entre Pakistán, Afganistán e Irán, tiene unos cuantos puntos en común con el islamismo radical, desde su emplazamiento hasta sus objetivos políticos, que son los de una revolución que le hace guiños al callado verticalismo de la organización leninista, a los filósofos maoístas, a la vida en Corea del Norte (“un santuario lejos de las presiones y expectativas del consumo”). En Aspergistán, regido por la Shyria (mezcla de Sharia y shy o tímido), los comisarios políticos se encargarán de poner en vereda a los extrovertidos que serán expropiados y paseados en un carro como María Antonieta. El amor por las bibliotecas de los hombres blancos sensibles o la simpatía por los personajes de Eduardo manos de tijera y la declaración de que los Tímidos Radicales no son una organización terrorista porque el terrorismo es sonoro y espectacular, no impide que una prisionera política del movimiento explique que Israel no tiene derecho a existir y que mientras el ejército del pueblo palestino combate a lo largo de túneles subterráneos, Israel pelea con aviones supersónicos que destrozan los oídos y Tel Aviv es la capital de los clubes nocturnos.

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A fuerza de combatir “la tiranía de la sonrisa”, Ahsan termina glorificando la sonrisa de la calavera. Lo de Oppenheimer parece más inofensivo.