El Parlamento Europeo surgido de las pasadas elecciones del 25 de mayo refleja sin duda un “malestar en Europa”. La idea de la unión se ve cada vez menos como una posibilidad de desarrollo en paz y se percibe como una correa de transmisión de los intereses de los poderosos, un espacio de recreación de burocracias impopulares y terreno de dominación del “imperialismo alemán” y la Troika (Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea). Resultado: altísima abstención –que llegó a picos del 80% en ex países comunistas hoy parte de la Unión–, voto por fuerzas de extrema derecha en el “norte” y de izquierda radical en el “sur”, especialmente en Grecia y España.
En Francia se asiste a lo que muchos consideran una “des-diabolización” de la extrema derecha hoy liderada por Marine Le Pen (la hija del fundador de su partido, el Frente Nacional), que se está volviendo cada vez más “respetable” en el campo político francés. El pacto republicano gaullista-socialdemócrata parece cada vez menos un dique eficaz contra esta fuerza y esta líder, que en 2013 no dudó en reclamar la exclusión de Karim Benzema por no cantar el himno. La estrella de la selección gala –nacido en Lyon e hijo de un argelino– había dicho que “nadie me va a obligar a cantar la Marsellesa”, que no se jugaba en eso su “amor por la camiseta de Francia” y que muchos franceses en las tribunas tampoco cantan la canción patria. Le Pen lo llamó “un mercenario del fútbol, que cobra 1.484 euros la hora”. En las últimas elecciones europeas, el Front National salió primero, en medio de una crisis de la izquierda y sus suburbios rojos.
Otros grupos expresan el malestar en Europa, como el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), el Partido Popular Danés, el Partido Verdaderos Finlandeses y varios otros.
Algunas excepciones: la conservadora alemana Angela Merkel sigue apareciendo difícil de vencer, y en Italia el “hombre demoledor” Matteo Renzi valorizó su look casual (usa jeans ajustados) y constituyó un electoralmente exitoso proyecto de centroizquierda que el historiador Raffaele Laudani llamó desde Le Monde Diplomatique un “blairismo vintage” (por la tercera vía de Tony Blair). Agregó que “el talento de Renzi reside en su facultad de combinar la influencia berlusconiana y las enseñanzas de Beppe Grillo y su Movimiento 5 estrellas”.
Pero el nuevo Parlamento Europeo deberá contar ahora con un bloque de alrededor de medio centenar de diputados de izquierda. “No les ponen alfombra roja pero tampoco les dan con la puerta en las narices como hace dos años”, escribió el periodista Bernardo de Miguel. El símbolo de esta irrupción fue la candidatura del joven español Pablo Iglesias, que se enfrentó a Martín Schulz –candidato de consenso socialdemócrata/conservador para presidir el Europarlamento– como referente unitario de los grupos ubicados a la izquierda de la socialdemocracia. Alexis Tsipras, líder de Syriza (Coalición de Izquierda Radical, que ganó las euroelecciones en Grecia) ya ha sido recibido por el presidente del BCE, Mario Draghi, y por el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble a quien le dijo que “su política ha fracasado”. El partido español Podemos –surgido de la indignación frente a la crisis y la “casta” política– ha contribuido con cinco eurodiputados y un cuarto lugar en las elecciones, y se ha transformado en una preocupación para los dos partidos mayoritarios de España.
Claro, estas izquierdas deben ganar votos en un sistema en el que el consumo casi no es puesto en cuestión y el rechazo a la dictadura de las finanzas a menudo no va de la mano con un cuestionamiento más global al capitalismo de parte de los votantes. Pero esta “nueva-nueva” izquierda es una luz en el túnel frente a las derechas fascistoides que retrasan la “rueda de la historia” y también a un consenso republicano que se ha vuelto una forma de dominio del capital financiero.
*Jefe de Redacción Nueva Sociedad.