No ocurrió en tiempo de Nostradamus sino hace un año. Tampoco fue Nostradamus sino el director general de la Organización Mundial de la Salud, Adhanom Ghebreyesus, quien alertó sobre el peligro real de que un nuevo virus de la gripe se propagara de los animales a los seres humanos y desencadenara una pandemia. “La cuestión no es saber si habrá una nueva pandemia de gripe, sino cuándo ocurrirá. Debemos mantener la vigilancia y prepararnos, porque el costo será muy superior al de las prevenciones de una gran epidemia”, completó en su declaración, que está en el sitio web de la OMS.
Las dirigencias políticas del mundo –salvo unas muy pocas excepciones– suelen exhibir una conducta despreciativa y depreciativa del mundo de las ciencias. Muchos de ellos creen que ese es un universo de excéntricos ávidos de predecir catástrofes. Esa concepción es producto de una mixtura de actitudes en la que predominan la soberbia y la ignorancia. Es parte de la enfermedad de poder. Y lo notable es que esa actitud traspasa lo ideológico. Donald Trump, Giuseppe Conti, Jair Bolsonaro y Alberto Fernández son ejemplo de ello. Todos minimizaron el impacto del coronavirus.
En el caso particular de nuestro país, el Presidente produjo un giro de 180 grados a partir de su discurso por cadena nacional el pasado miércoles 11. Allí, por fin, se vio que había comprendido la gravedad de la situación.
Ahora, la cuarentena. La declaración de la cuarentena es consecuencia de esa comprensión. Hasta aquí, la evidencia muestra que los países que se “cerraron” e impusieron esta medida en tiempo y forma –y la cumplieron– sufrieron un impacto mucho menor. Los ejemplos más claros son Corea del Sur y Singapur. Italia y España, que llegaron tarde a todo, son el ejemplo de lo contrario. De todas maneras, esto exige una evaluación de la situación día por día. También exige una conducta ciudadana por parte de cada uno de los miembros de la sociedad. La condición de ciudadano hace que la persona sea sujeto de derechos y obligaciones. En su discurso por cadena nacional, la canciller de Alemania, Angela Merkel, dijo algo muy importante: “Debemos enfrentar esta emergencia sin alterar la esencia de la vida democrática y, para eso, es fundamental la responsabilidad de todos”. La traducción es simple: para evitar la necesidad de decretar el estado de sitio o el toque de queda, es necesario que cada uno cumpla las reglas.
Este es el desafío que tiene también la Argentina. Hay que entender que esta es una cuarentena, no una vacación.
La dirigencia política demostró –por una vez– haber tomado conciencia de lo que la sociedad espera de ella. Las repetidas imágenes de AF flanqueado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof; la convocatoria a los líderes parlamentarios de la oposición; la reunión con todo los gobernadores; la conversación con Mauricio Macri conllevan un mensaje potente de diálogo y acuerdos. Lo que no logró la política per se, lo forzó la pandemia. ¿Durará?
Las "lecciones" del Covid-19.Estas catástrofes –y una pandemia lo es– llevan a considerar una serie de variables y conductas, a saber:
1- El valor del respeto a las normas.
2- La disciplina social
3- Lo fundamental que es la prevención.
4- La calidad de las dirigencias.
5- La importancia de la información seria.
6- La valoría de los medios de comunicación responsables.
7- El riesgo del mal uso de las redes sociales.
8- Lo imprescindible que son los equipos de salud (médicos, enfermeras, técnicos, etc.)
9- Las distorsiones sociales.
10- Lo que cuesta en vidas la precariedad de un país.
Detengámonos un momento en las tres últimas. Un editorial de esta semana de The Lancet –una de las revistas médicas de mayor prestigio mundial– se explaya sobre la necesidad de cuidar al equipo de salud. En China se infectaron con el coronavirus unos 3.300 miembros del equipo de salud, de los cuales fallecieron 22. En Italia, el 20% del personal de salud abocado a atender y cuidar a estos enfermos se infectó. De hecho, en el Chaco, uno de los casos es el de una médica que se infectó tras la atención de un paciente afectado por el coronavirus.
Médicos, enfermeros y técnicos mal pagos, desprovistos de insumos y de elementos de protección de calidad y en cantidad adecuada son una realidad de nuestro país y de buena parte del mundo. “No queremos ganar los millones de Neymar, Messi, Nadal, Federer o Penélope Cruz, sino solo salarios dignos y tener condiciones de seguridad en nuestro trabajo”, dijeron al borde del llanto un médico y una enfermera españoles agobiados por el volumen de trabajo y la falta de recursos para hacer frente a la pandemia.
La situación por la que atraviesa Italia merece un párrafo aparte. La escasez de respiradores está teniendo una consecuencia letal y generando un dilema ético monumental. Todos los días, en alguna terapia intensiva, se debe decidir a quién se lo ventila mecánicamente y a quién no. El que es “seleccionado” tiene posibilidades de sobrevivir. El que no está condenado a morir. Entre un enfermo por coronavirus con un cuadro respiratorio severo de más de 65 años y otro de menor edad, la prioridad la tiene este último.
Esta realidad (personal del equipo de salud mal pago y falta de recursos) es aplicable también a la Argentina. La salud pública sufrió un golpe demoledor cuando el Ministerio de Salud de la Nación dejó de tener hospitales nacionales. Fue una de las típicas decisiones de la década del 90. Esto quitó la posibilidad de una salud de calidad más igualitaria. Los hospitales nacionales eran nosocomios de alta complejidad que, a pesar de los problemas que tenían, representaban un eslabón superior de igualación.
Claro que las desgracias no pararon ahí. Ninguno de los gobiernos que siguieron tuvieron en sus prioridades darle al sistema público la prioridad que merece.
La precariedad también se ha visto en la falta de reactivos en las distintas provincias. Esto ha hecho que el período de ventana entre el momento en que se toma la muestra y se tiene el resultado de un caso sospechoso, deban pasar seis días. Es mucho tiempo. Recién se ha corregido en estas horas. Debió habérselo hecho hace, por lo menos, 15 días.
Prevenir es curar. Nunca más cierta esta frase, en medio de esta pandemia que parece extraída de un relato bíblico.