Cuando Juan, empleado administrativo, y Juana, empleada doméstica, se levantan por la mañana para llegar a su trabajo deben tomar dos medios de transporte, pagarse el almuerzo y/o llevarlo preparado desde su casa. Cuando quieren volver a su hogar, también tomando dos medios de transporte, la 9 de Julio está cortada por las organizaciones sociales, y en vez de tardar dos horas les lleva el doble de tiempo. Por cierto, el dinero no les alcanza. Juana siempre vivió en la pobreza, pero Juan es de los que ha caído en la pobreza. Ambos están formalizados por sus empleadores, pero la inflación le va comiendo el salario, y por más que recibe actualizaciones de acuerdo a la paritaria que negoció el sindicato, ambos han restringido consumos para poder llegar a fin de mes. Pueden entender que haya gente que vive en condiciones económicas peores, pero les da mucha bronca tener tantos problemas para viajar. Juana a veces se pregunta si no le conviene más dejar su trabajo, buscar alguna changa, e intentar conseguir algún beneficio /plan del Estado. Pero se ha formado en la cultura del trabajo y continúa creyendo que es el único modo de dignificarse.
Ella se levanta a las 5 de la mañana para poder llegar a su destino, mientras algunos vecinos siguen durmiendo. Pedro también vive en el Conurbano, pero no tiene un trabajo formal y el ingreso principal de su hogar proviene de diferentes planes sociales. Hace mucho que perdió la rutina de las 8 horas laborales, pero intenta sobrevivir haciendo algunas changas, o participando en alguna actividad organizada por movimientos sociales. Se siente discriminado y marginado por la sociedad y por el Gobierno. Tiene dificultades para alimentarse y, a veces, debe concurrir a comedores comunitarios. Si bien él trabaja, reconoce que hay otros que no lo hacen. Cree que marchar e impedir el paso es su derecho y que el Estado debe hacerse cargo de su situación. Está convencido que son los ricos y los políticos de turno los responsables de sus penares.
Lo que antecede debe tomarse solo como prototipo de situaciones que una parte de la sociedad está viviendo. Sobre toda ahora que, sobre esto y otras cosas, discuten fuertemente Cristina Kirchner y Alberto Fernández, aunque las mediciones de opinión pública nos muestran que apenas un tercio de los entrevistados creen que están peleados. Muchos piensan que se trata de una división de roles. Ante los problemas visibles del Gobierno, uno jugaría de oficialista y otro de opositor, para estar de ambos lados del mostrador.
Quienes sí creen en la pelea son los sectores más politizados, los que creen o que Alberto no cumplió con la ruta que desde el comienzo le trazó Cristina, o que creen que Alberto es un presidente que debe desenvolver su tarea en un momento histórico complicado, que el mundo ha cambiado, y que las fórmulas en que piensa la ex presidenta para resolver los problemas no se corresponden con el momento actual.
Pero cómo podría un ciudadano común pensar que el elegido por Cristina para gobernar no tiene más que ver con ella, si ambos son parte de la misma fuerza política, y comparten funcionarios en el Gobierno. Es como pensar que entre Macri y Larreta hay un abismo. Cosas de la lógica política, pero no del sentido común del ciudadano.
Las alocuciones y tuits de la vicepresidenta pidiendo que se generen dólares y trabajo genuino van con el deseo de todos. ¿Pero no está diciendo el Gobierno que eso es lo que está haciendo, según vemos y escuchamos en su comunicación institucional y por medio de sus voceros? Todos mensajes contradictorios, que no hacen más que confundir a los propios votantes del Frente de Todos. Y por supuesto enojar a los opositores.
La discusión sobre la pobreza, las organizaciones sociales y los piquetes, obviamente es trascendente en la medida que aparecen dos miradas en relación al vínculo entre el desarrollo económico y la organización social del trabajo.
Unos piensan que, si la economía crece, quienes hoy reciben planes sociales podrán ser incorporados al sistema. Los otros creen que, aunque el país crezca, la economía popular va a permanecer porque el capitalismo es expulsor de mano de obra. Mientras tanto para más de un millón de personas los planes son una forma de vida, y para otro sector mayoritario de la sociedad, son lo contrario a la cultura del trabajo.
*Consultor y analista político.