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Recuerdo de Vanasco

Libro 20230909
Libro | Unsplash | Aaron Burden

Lo recuerdo como si fuera ayer. Pero también veo los bancos de hielo del tiempo obrando sus enceguecedoras mareas de confusión y olvido. En un momento de mi adolescencia cayó en mis manos un libro de Alberto Vanasco. No sé si se trataba de Sin embargo Juan vivía o si era Otros verán el mar. Me queda  la impresión de que aquel era un libro que, aun no entendiéndolo entonces, estaba destinado a producir un efecto duradero. Fue, tal vez, el primer texto narrativo que me producía un estimulante trastrocamiento de sentido, la dificultad de entender y la fascinación de ir tras lo que se escapaba. 

No puedo precisar de qué trataba la novela porque la extravié durante alguna mudanza y la obra de Vanasco ya no se encuentra en ninguna parte. Es mi primer vanguardista perdido. Sí sé, en cambio, que ese libro me ordenó por primera vez la literatura: propuso un orden y un sentido y una idea de continuidad. Y más que la novela misma, un prólogo del autor que –según recuerdo–, le revelaba al lector que la novela que estaba a punto de leer se inscribía dentro de un sistema o un orden más amplio: la cadena que ordena una tradición de lectura. 

 

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Si no lo cito mal, si no sueño una lectura que nunca existió y en el equívoco de una atribución falsa agrego una ficción más a las innumerables que pueblan el orbe, Vanasco  proponía que la literatura, al menos la occidental, se organiza bajo la forma de muchos libros que cuentan un solo cuento perpetuo: el del lector que enloquece leyendo y aplica a su vida el modo de obrar extremo que traza la literatura: la de consumirse en su propia pasión. La idea, si no me sigo equivocando, es que la lectura es una pasión especular: se lee para leer el modo en que la lectura transfigura nuestras propias vidas, y se lee también para advertir los peligros de la lectura. La propia novela que leemos es su como ejemplo o moraleja. Así, decía Vanasco, si no me equivoco, Don Quijote enloquece porque lee mal un género anacrónico, las novelas de caballería, y Madame Bovary arruina su existencia porque lee mal las novelas románticas y cursis de su época.

Vanasco daba algunos ejemplos más, pero solo recuerdo mi asombro al ver cómo esa reducción al núcleo operante lo iluminaba todo. En un momento cualquiera del Borges de Bioy, su protagonista dice que Las mil y una noches provienen del Libro de Ester, y desde luego, Robert Graves dice que la Biblia es la apropiación de mitos sumerios, acadios y babilónicos más antiguos. La lectura vuelve al ojo del lector la piedra de la locura donde todo se sacrifica al asunto.