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Relectura y actualidad

Tenía el libro en mi biblioteca hacía por lo menos una década, y nunca antes lo había leído. Ya era hora.

16-4-2023-Logo Perfil
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Envejecer es también un modo de releer. Solo se relee si se llega a cierta edad. Pues el mes pasado se me dio por releer todo lo que tenía a mano de Victor Sklovski. Aunque en realidad no era solo una relectura, sino que incluía la ilusión de leer un libro que nunca antes había leído, La disimilitud de lo singular, en la vieja edición de Alberto Corazón Editor. Tenía el libro en mi biblioteca hacía por lo menos una década, y nunca antes lo había leído. Ya era hora. Y fue, precisamente, hora de encontrarme, otra vez, como siempre en Sklovski, con una escritura inteligente y poética, como solo lo sabían hacer los rusos de esa generación. Sklovski nació en San Petesburgo en 1893, y no murió en ningún Gulag, ni en el exilio, sino en la propia URSS, en Moscú en 1984, donde llevó una vida relativamente digna, hasta donde era posible en un contexto tan desfavorable. Precursor del formalismo ruso, su obra es inmensa, y siempre interesante. Y luego de La disimilitud… texto marcado por lo autobiográfico, lleno de anécdotas (“el joven Tolstoi amaba a Rousseau y en el cuello llevaba colgado su retrato”) y una búsqueda incesante de lo nuevo (“en la arquitectura, está claro, lo viejo perdura, porque la piedra es duradera. Lo viejo queda y revive en su nueva cualidad. En la literatura la cosa no es tan clara”) salté a mi favorito, sin dudas su obra maestra: Zoo o cartas de no amor, en la vieja y querible Serie Informal de Anagrama (seguramente la mejor colección de Anagrama, obviamente hoy discontinuada, y que incluía, entre otros libros, off- off de Alberto Arbasino, y las Conversaciones de Pierre Cabanne con Marcel Duchamp). Zoo narra la historia de un hombre, separado de su mujer, al que ella le prohíbe mandarle cartas de amor. Y entonces le envía cartas de no amor, donde es asunto del amor (no puede evitarlo…) pero también del exilio, la revolución de octubre (“la construcción del nuevo mundo es ahora incluso un espectáculo para nosotros, antes que asunto nuestro”) y, sobre todo, de literatura: “igual que la vaca lechera engulle la hierba, se engullen los temas literarios, se consumen, desgastan los procedimientos (…) Nuestro deber es la creación de cosas nuevas. No puede escribirse un libro al viejo modo. Lo sabe Andréi Biely, y lo sé yo, monito colacorta”. Después releí su Biografía de Maiakovski (no tan logrado como sus otros libros) y siempre en el catálogo de principios de los 70 de Anagrama, volví sobre una compilación llamada Cine y lenguaje, donde retoma su teoría del “extrañamiento”, con un conocimiento empírico notable. No me detendré aquí sobre el concepto de “extrañamiento” (la idea de que “el objeto no es lo importante”, sino la posibilidad de “incrementar la dificultad de las formas y la magnitud de la percepción”; es decir, la utopía de un arte que se presente como extraño a nuestra percepción naturalizada) aunque, a modo de declaración, diré que sigue siendo una categoría crucial para pensar la tensión entre vanguardia y posvanguardia. Volver sobre Sklovski no es solo una constatación de envejecimiento, sino de una actualidad evidente. Ahora estoy releyendo La tercera fábrica y Érase una vez, de Víktor Shklovski (su apellido en la edición de FCE –traducido del ruso por Irina Bogdaschevski, revisado por Fulvio Franchi– es trasliterado diferente que en las de Anagrama).