Hace unos días, Richard Sennett contó que se ha quedado atrapado en Londres a causa de la pandemia y que no podrá dar sus clases en el MIT ni trabajar en su puesto de la ONU, donde colabora en la elaboración de estrategias para que las ciudades hagan frente a la crisis climática. A Sennett le llama la atención la actitud colaborativa en el barrio londinense en el que vive, donde los vecinos les proveen alimentos a él y a su mujer, la también socióloga Saskia Sassen. En otro sentido, se queja del deterioro del Estado de bienestar que ha llevado a los mismos vecinos a fabricar mascarillas porque no son provistas por el sistema sanitario británico, y a crear formas de comunicación entre ellos porque no pueden hacerlo a través de ningún organismo público.
En un artículo que publicó, Sennett habla de su proyecto, llamado “ciudades de 15 minutos”, en el que se plantea que los desplazamientos en las grandes urbes no sean superiores a ese tiempo y que puedan realizarse a pie o en bicicleta. La cuestión es evitar las aglomeraciones en ciudades, pensadas desde la pandemia ante futuros accidentes sanitarios, buscando otras formas de densidad física, en las que haya participación en la calle y al mismo tiempo las personas puedan estar separadas temporalmente.
Según Slavoj Zizek, vendrá "para ayudar no solo a los individuos, sino también a las empresas"
Llama la atención la voluntad de Sennett al enfrentarse a este desafío, en el que ya está trabajando en París y Bogotá, al tiempo que se encuentra en un piso de Londres fabricando, él y su mujer, mascarillas para poder bajar a dar una vuelta por el parque.
Los dos extremos de la realidad que expone la crisis sanitaria, son en definitiva el contraste de aquello que somos. En Madrid, por ejemplo, el ayuntamiento y la Comunidad (equivalente a una provincia en Argentina) están gobernados por una coalición de dos partidos de derecha y un tercero, Vox, de derecha extrema.En el Concejo de la alcaldía se logró un consenso de todas las fuerzas, incluidas las de izquierda, para enfrentar la crisis; pero en la Comunidad vamos a la deriva, como consecuencia de la gestión, con el mayor número de casos de contagio, un índice de mortalidad impúdico de ancianos en las residencias, cuya cantidad de víctimas aún no conocemos, y declaraciones diarias por parte de la presidenta que rozan lo inverosímil. Su directora de sanidad renunció por no firmar un documento oficial en el que se pretendía acreditar que se daban las condiciones para abrir la actividad económica de la región a pesar de los datos sanitarios que indican lo contrario. Dijo entonces la presidenta: “¿Acaso no hay choques y no se prohíbe por eso la circulación de los coches?”.
En Italia, el gobierno de centroizquierda, con buen criterio en la gestión de la pandemia, excarceló a casi 400 mafiosos por el riesgo de contagio. En el sur del país, donde el Estado de bienestar es una entelequia, el brazo asistencial del crimen organizado llega con reparto de alimentos en su rostro más amable y, cuenta Roberto Saviano, “los usureros, dirigidos por la mafia, están prestando dinero sin intereses para luego disponer de personas, votos, favores”. Y no solo resulta imposible controlar el confinamiento de todos los mafiosos que cumplirán la condena en sus domicilios, sino que es un hecho que desaparecerán, tal como ha sucedido siempre.
En Francia, el mismo país para el que Sennett colabora en la conversión de París en una ciudad sostenible ante las pandemias, se reanudarán las clases en unos días y el ministro de Educación dice, con mascarilla pero sin rubor en el rostro, que la medida de abrir las escuelas responde a una decisión política y no científica.
Afortunadamente, Slavoj Zizek, en Pandemia, el ensayo exprés que acaba de publicar, augura el advenimiento de un comunismo moderado “para ayudar no solo a los individuos, sino también a las empresas”. Estamos salvados.
*Escritor y periodista.