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despues de las paso

¿Se viene el derechaje?

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Hubo un acto fundante del kirchnerismo en la opinión pública, tan importante como bajar la foto de Videla. Fue en la primera (y única) vez que Néstor Kirchner fue como presidente electo a almorzar con Mirtha Legrand, acompañado de su mujer, la entonces senadora por Santa Cruz Cristina Fernández.

“¿Se viene el zurdaje?”, interrogó Mirtha Legrand, probablemente uno de los cuadros más lúcidos de la derecha mediática argentina. La respuesta de Kirchner fue brillante e imposible para un presidente electo en la Argentina post menemista: “Ese es un razonamiento que nos ha llevado a que en el país tengamos 30 mil desaparecidos”, contestó.

Y sí, se vino el zurdaje: desde entonces, el kirchnerismo tomó medidas que, en comparación con lo que había venido sucediendo hasta ese momento en la Argentina, lo colocaron a la izquierda de los oficialismos. Algunas fueron medidas concretas. Otras, meramente simbólicas. Por ejemplo, otro hecho fundante: Kirchner pidiéndole a la población, ante el aumento de la nafta, “no le compren a Shell”. ¿Se imaginan a Cristina hoy diciendo algo así, cuestionando a los formadores de precios y no insistiendo con la basura del Indec?

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El problema, cuando se abusa de la retórica progresista sin medidas o gestión progresistas que acompañen ni siquiera un poco esa retórica, es que daña cualquier intento posterior de armado y gestión progresista. Ocurre como aquella metáfora sobre la acción de quemarse con leche y la posterior reacción sobre el avistamiento de un bovino.

Un presidente que bajaba el cuadro de Videla, cuestionaba a George Bush o a una corporación petrolera tenía resto para presentar su gestión como progresista, más allá de las profundas contradicciones de esa gestión. A una presidenta que, en su lugar, tiene a Milani, Berni y el Proyecto X se le hace un poco más difícil. Y, si insiste con su retórica, el daño que le hará a ese espacio va a ser enorme.

Porque podrán inaugurarse un montón de ateneos o centros barriales llamados Rodolfo Walsh o El Eternauta. Pero si eso viene acompañado de impunidad, mentira, inflación, control social y ascenso a represores, se estará abonando el terreno para que el gobierno siguiente tenga el consenso suficiente para que esos mismos ateneos y centros barriales cambien sus nombres por Mariano Grondona y Gaturro.

El kirchnerismo ya se repuso de una dura paliza electoral en 2009 y terminó ganando en 2011 con el 54% de los votos. Después de eso, en los números cualquier cosa puede pasar. El fin del kirchnerismo no pasa por la suerte o no de sus dirigentes. Pasa por la derrota cultural, estructural, de las ideas que, bien o mal, puso en discusión este gobierno cuando asumió, hace diez años.

La derrota cultural del kirchnerismo significa que en el PJ la disputa sea entre Massa, Scioli y De la Sota. Significa que la UCR haya resucitado, pero de la mano de su versión más conservadora. Y que en la CABA la opción al PRO y al FpV dependa de la demolicionista Elisa Carrió, que acaba de dejar a la deriva a una mujer valiosa como Fernanda Reyes, su (¿supuesta?) segunda candidata a senadora.

El triunfo de Hermes Binner en Santa Fe y las candidaturas de Pino Solanas y del Frente de Izquierda (de muy buena elección) se alzan como los únicos bastiones del progresismo (en un sentido bien amplio) de cara a octubre. El resto es como decía Mirtha Legrand hace diez años. Pero exactamente al revés. Y ésa no es una buena noticia para nadie.


*Periodista.