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Temporada de gatas peludas

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Conversábamos con un visitante anual de nuestra ciudad sobre las nuevas tribus urbanas. El disfraza sus intereses eróticos de “trabajo de campo”, de antropología silvestre.

Le interesaba particularmente encontrar una denominación para esa variedad de hombres enloquecidos por la rutina gimnástica y la ingesta de complementos deportivos de todo tipo que han optado por dejarse la barba y sonreír sin ton ni son desde alguna playa en sus páginas de Instagram.

Para nosotros esos son “osos”, le decimos y él protesta, porque por lo general se asocia esa categoría con hombres cuyo índice de masa corporal supera holgadamente los 30 puntos. Tratamos de que entendiera que eso es un error conceptual, porque el IMC no distingue entre grasa corporal y muscular y porque, además, la categoría “oso” es tanto morfológica como actitudinal.

Aclaró que se refería a personas de clase media alta, por lo general blancas y que frecuentan primariamente reuniones específicas y privativas para esas especies. Como quien dijera: un grupo cerrado de personas más o menos idénticas.

Nadie quiso dar un nombre propio pero era evidente que todos teníamos en la cabeza a la misma persona, una musculoca excesiva y con fantasías rayanas en el delirio sobre su propia presencia.

Repasamos las tribus: él no quería identificar a ese grupo sin nombre con los osos. No podíamos pensarlos como nutrias (flacos velludos, no necesariamente con barba) por una cuestión morfológica. Tampoco como chacales, porque estos son de piel morena y costumbres y hablar más bien barriobajeros. Por otro lado, suelen ser más bien lampiños (la cosa india) y cultivan los tatuajes y el entrenamiento callejero.

De las otras clases, ni hablar (lo “leather”, que cualquiera puede cultivar como un adorno, exige sin embargo un compromiso con el goce que no creíamos que ninguna de estas personas fueran capaces de sostener en el tiempo).

La clave vino, una vez más, del lado de la economía. Porque aunque no pudiéramos encontrar el nombre, sabíamos que tampoco podía identificarse a esta clase con el sugar daddy, el hombre mayor que colma de regalos a su pareja más joven.  

Por el contrario, la musculoca objeto de nuestra indagación se pone siempre en el lugar del regalado, nunca del regalador. Impaciente, mi marido dio con el nombre exacto de la nueva especie: “Gata peluda, así se llaman”, dijo. “Siempre encuentran a alguien que les amortice su 30%”.