El “caso de la campaña presidencial de Trump” guarda un parecido en un punto con el “caso Kirchner”. Y esta afirmación es válida porque no se hizo la suficiente autocrítica sobre los sucesos que se fueron sumando en 2003.
Ese mismo año, cuando los candidatos a la presidencia que buscaba Eduardo Duhalde no se encontraban, asomó Kirchner, gobernador de la remota y olvidada Santa Cruz, y enseguida el periodismo lo aceptó. Más: lo aplaudió con creces. Por suerte –se pensó– había continuidad, volvía la normalidad y la institucionalización. Pero ningún –pido perdón por adelantado si alguien lo hizo– representante del oficio investigó quién era ese desconocido en la vida política, cuáles eran sus antecedentes, su forma de gobernar, la opinión de los vecinos de la provincia, las críticas que se le formulaban.
Ya por entonces todo se sabía acerca de Kirchner. Recién a partir de 2005 y 2006 a través de varios y meritorios trabajos de investigación se conoció el verdadero perfil de ese presidente con espíritu fundacional y manipulador de fondos públicos. Traían una abundancia de datos y circunstancias. Sobraban las fuentes y las opiniones de aquellos que habían trabajado junto al presidente en una ciudad tan pequeña y chismosa como Río Gallegos.
Con Trump hay una semejanza. Se lo ha dejado trepar rumbo a la candidatura presidencial por el Partido Republicano, sin tomarlo en cuenta, ignorándolo. Y ahora prácticamente araña la consagración definitiva, derrotando a todos sus contrincantes. Los más grandes medios y la de aquellos de gran influencia en la opinión pública lo marginaron y algunos se burlaron del empresario exitista.
La oscuridad a la que lo sometieron sectores del periodismo a Trump le resbaló. Hasta ayer se sentía ya presidente de la nación, por sobre Hillary Clinton, candidata demócrata a quien muchos representantes del partido no pueden soportar por arrogante y despectiva. Pese a todo, Hillary es la tabla de salvación ante su contrincante arrollador y bocón y desde ya cuenta con el apoyo de los latinos y de la población afroamericana, más otras minorías y círculos religiosos y empresariales.
¿Qué es lo que llevó a esta realidad tan tirante y sin duda incomprensible? ¿Por qué un racista, xenófobo, belicista, imperialista, chabacano y con muestras evidentes de ignorancia elemental ha tenido tanto éxito y tanto respaldo? Sin duda los analistas concuerdan que lo que ha conseguido son los vítores de aquellos que odian el “establishment político” norteamericano.
En Estados Unidos, a partir de la avasallante crisis financiera de 2007 y 2008, la creciente desigualdad social sumió en la pobreza a millones de ciudadanos. Más de diez millones de viviendas tuvieron que ser devueltas a los bancos que habían prestado sin tener en cuenta las posibilidades del adquirente. El desempleo se expandió. La tormenta cayó sobre la población blanca y afroamericana por igual. Ese bajón llevó al odio a los ricos, a los que más tienen, que no son los de la tradicional clase media norteamericana. El 1% de los habitantes tiene tanto poder económico como el 99% distante de los ciudadanos.
Ese desequilibrio fue lo que captó, olió y tradujo en discursos el candidato Trump. El resentimiento ante los que destruyeron el sueño norteamericano de oportunidades para todos. Frente a los otros candidatos republicanos Trump ganó en el Este de su país, la región más liberal, más educada y con mayor cantidad de líderes. Muchos periodistas ignoraron estos fenómenos que ahora se vienen encima con fuerza arrolladora. También los ignoraron los mismos republicanos, incluso los retrógrados del Tea Party.
Quizás sea demasiado tarde para arrepentirse. Ojalá que gran cantidad de republicanos voten por Hillary Clinton.
*Periodista y ensayista.