Cuando escuché (lo escuché por radio) que Raúl Castro le había levantado el brazo a Barack Obama, imaginé esa clase de escenas que suelen darse en el boxeo, más bien hacia el centro del ring, justo cuando la pelea termina, para dar su reconocimiento al que se supone que ganó. Como Raúl Castro, a diferencia de su hermano Fidel, es bastante más bajo en estatura que Obama, supuse que las respectivas posturas subrayarían el efecto vertical y ascendente de uno hacia el otro: casi un homenaje.
Pero a la mañana siguiente me encontré con la fotografía del hecho en la portada de los diarios, y las cosas en verdad habían sido muy distintas de como yo me las figuré. Obama está saludando, con su sonrisa de encanto, levantando a media altura la mano derecha, ese brazo. Y parece casi olvidarse de su otro brazo, el izquierdo, casi como si no fuese también suyo, como si le resultara ajeno. Ese es el brazo del que Raúl Castro se apodera.
Si uno se fija bien en la imagen, puede advertir hasta qué punto la mano de Raúl Castro aprieta el brazo de Obama, o más bien el antebrazo, casi la muñeca: lo sujeta con visible firmeza. Y si nos detenemos con pormenor en los pliegues singulares de la manga del saco de Obama, notaremos que además, un poquito, se lo retuerce. Y allí el dato fundamental: la mano izquierda de Obama cuelga. Cuelga floja, casi inerte, ya que toda su atención parece concentrarse en la mano que saluda firme justo del otro lado, y justo para el otro lado. Raúl Castro se encuentra así (y a juzgar por la expresión de su rostro, la situación lo divierte) con un brazo de Obama a su disposición, brazo de muñeco fofo que él hace suyo, casi sin que el propio Obama se entere.
Raúl Castro debió luchar personalmente contra una de las tantas dictaduras que Estados Unidos diseminó en América Latina. Ha de conocer, por ende, mejor que nadie, el tipo de combinación y de alternancia política por las cuales esa misma poderosa nación que fabrica y vende los armamentos, luego se interesa por los que fueron matados con esos mismos armamentos; la que forja a los tiranos, luego se preocupa por los abusos cometidos por esos mismos tiranos; la que arrasa a golpe de bombas ciudades enteras, luego envía equipos de salvamento a remover los escombros que sus propias bombas produjeron. Dijo Obama que el embargo contra Cuba va a terminarse. No dijo cuándo. Dijo Obama que Guantánamo, el principal centro de torturas del mundo, va a cerrarse. Tampoco dijo cuándo.
La palabra “imperialismo” está demodeé: suena vieja, se dice que atrasa unos cincuenta años. Pero hay acciones cuyos tiempos no son los de la moda, ni tampoco los de lo demodé. Y en la historia de los imperios, cincuenta años son sin dudas muy poco tiempo. Duran eso y mucho más. Sobre todo si sus sojuzgados lo admiten.