Sobre la coyuntura, ya le conté. Un desequilibrio fiscal y monetario para “repartir” lo que no hay, disfrazado de “política anticíclica”, que genera muchos pesos para cada vez menos dólares. Atraso cambiario, para mantener la ilusión de “ricos en dólares”, mientras se pulverizan las exportaciones y el saldo comercial, por los cambios en el escenario global y por la devaluación del peso, que ya sucedió, pero que no es reconocida en el dólar oficial. Estancamiento e inflación relativamente contenida, por el mencionado atraso cambiario y tarifario. Brecha alta, por esos pesos que buscan dólares, y “administración de las pocas reservas que quedan” liberando o contrayendo el dólar ahorro y usando el swap chino.
Difícilmente este escenario se modifique antes de las elecciones, a menos que el candidato oficialista consiga algunos cambios marginales para incrementar sus chances.
Pero este árbol coyuntural no nos deja ver el bosque de un modelo agotado, donde el viejo populismo distribuidor se quedó sin fondos y sigue pretendiendo que la modernidad productiva continúe financiando una fiesta que se niega a terminar.
En ese sentido, Tucumán es una buena metáfora.
El cuasi feudalismo que caracteriza a muchas provincias argentinas no es nuevo. Ese ha sido el rasgo central desde hace décadas. También lo han sido, en ese contexto, el clientelismo, el fraude electoral en distintas dimensiones, la manipulación de los votantes. Simplemente, cuando las diferencias a favor de los oficialismos era muy grande, o las oposiciones y los oficialismos se “parecían”, estas cuestiones no se notaban tanto y servían más para dirimir internas territoriales.
Paradojalmente, lo nuevo es la irrupción en esas provincias de sectores modernos, menos vinculados con el Estado y el gasto público, y más vinculados con la producción, con el mundo, con el pago de impuestos, y no con la percepción de beneficios. De la mano de la expansión de la frontera agrícola, de la minería, de las tecnologías de la información, de la globalización, todo “maridado” con los extraordinarios precios internacionales de las commodities.
Este “choque de civilizaciones” no se da entre “clases sociales”, sino que atraviesa a los ciudadanos de toda la Argentina, en una clasificación menos “marxista”. Es entre individuos, familias, empresas, “productivas” y dependientes de un entorno eficiente y globalizado. E individuos, familias, empresas, condenadas a tener baja productividad precisamente por depender de un “mal Estado”. Limitadas a necesitar estructuralmente del gasto público por la falta de oportunidades derivadas, justamente, de un Estado que brinda baja calidad de bienes públicos y que le traslada sus ineficiencias y alto costo, o directamente su ausencia, al sector privado. Los más productivos pueden soportar esta carga (o podían, ya vuelvo); los menos productivos no pueden convivir con esta situación y terminan reclamando más “distribución”.
Es en la interacción entre un Estado obsoleto e incompetente para atender las demandas de la población, en sentido amplio, y las necesidades de un sector creciente relativamente más moderno donde se inscribe el verdadero problema argentino.
Hasta ahora, este conflicto entre productividad y reparto, entre modernidad globalizadora y clientelismo dependiente, se disimuló gracias a las extraordinarias condiciones internacionales ya comentadas y a los stocks previos acumulados. Ello permitió a los “pagadores” afrontar el peso muerto del Estado y que les sobrara algo. Y a los “receptores” conformarse, aun sabiendo de su condena. Y al Gobierno, “administrar” el reparto y relatarlo como bienestar e inclusión, y mantener una gran ventaja electoral ante la dispersión y la debilidad de la representación política del resto.
Pero, bueno, cuando cambian las condiciones internacionales y los stocks se agotan, el conflicto estalla.
Estamos en medio de ese cambio, todavía borroso, donde nada es “puro”. Donde el feudalismo no se termina de ir y la modernidad no termina de instalarse. Le falta “masa crítica”.
Pero el régimen se enfrenta a su encrucijada porque, parafraseando al historiador francés François Furet, refiriéndose a la Revolución Francesa, “el Antiguo Régimen es así demasiado arcaico para todo lo que posee de moderno y demasiado moderno para lo que conserva de arcaico”.