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Malvinas: una digna lucha hasta el final

Esta es la última de cinco entregas en las que el teniente general Martín Balza relata los movimientos finales de la Guerra de Malvinas. Desde la caída de Darwin-Goose Green hasta la ofensiva sobre Puerto Argentino. Balza revela los detalles que llevaron a la rendición y destaca la íntegra pelea dada por los combatientes.

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Malvinas. | cedoc

La batalla de Puerto Argentino. A partir de la caída de Darwin-Goose Green, el 29 de mayo, los británicos se reorganizaron. Al día siguiente, la Fuerza Aérea y la Aviación Naval atacaron al portaviones Invencible, que quedó averiado.

Para iniciar la ofensiva final, que se libraría entre el 8 y el 14 de junio, sobre Puerto Argentino (a 90 km de distancia), el enemigo contaba con un superior poder de combate en abastecimientos, de apoyo de fuego naval y aéreo, de artillería de campaña y antiaérea, gran movilidad helitransportada, tropas frescas e información satelital. Mientras que nosotros llevábamos más de cuarenta días sometidos a gran desgaste psicofísico.

En los primeros días de junio, nuestras tropas de comandos realizaron importantes incursiones nocturnas, en una de ellas, mi unidad (GA 3) apoyó a la Compañía 602, a cargo del mayor Aldo Rico, que tuvo una actuación meritoria.

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Uno de sus integrantes, el teniente Jorge Vizoso Posse, relató en el libro La artillería argentina en Malvinas, de Horacio Rodríguez Mottino: “Era una dulce compañía sentir el estallido de los proyectiles de nuestra artillería, aunque se produjera muy cerca. Nos protegió y permitió sentir que no estábamos solos”.

Otro de los integrantes de esa Compañía, el teniente Héctor Losito, herido seriamente en combate, describe uno de los enfrentamientos con comandos ingleses, que permite apreciar el respeto al adversario: “Yo estaba herido y hecho bolsa, no podía ni hablar. El inglés me colocó morfina en la pierna izquierda y me hizo un torniquete. Nos embarcaron hasta un hospital en San Carlos, donde me operaron. Estábamos juntos ingleses y argentinos, incluso los del mismo combate”. El Comité Internacional de la Cruz Roja destacó el cumplimiento al derecho internacional de los conflictos armados y el respeto a la población civil, por ambos bandos.

El 3 de junio, el embajador argentino en Portugal, Carlos Gómez Centurión, dijo al diario El País: “Hemos sido una vez más los ‘tontos útiles’. Hemos hecho la guerra que los británicos han provocado y que los Estados Unidos querían. Están preocupados con el Atlántico sur y quieren asegurar la vía marítima por el sur del continente americano”.

En Puerto Argentino esperábamos el asalto final; añorábamos lo que podíamos haber tenido y no teníamos, y peleábamos –reitero– con menos del 10% de la capacidad operativa y logística del Ejército y de la Armada. Un diario español consignó: “Los argentinos tienen Fuerza Aérea, pero no emplean su Marina, que brilla por su ausencia. Y sin ella no pueden mantener el abastecimiento con las fuerzas de Menéndez”. 

El 8 de junio, a media mañana, el observador adelantado del GA 3 con el Regimiento de Infantería (RI) 4 me informó el desembarco de hombres y helicópteros de barcos enemigos en Bahía Agradable. La zona estaba fuera del alcance máximo de mis cañones pesados (155mm-20 km). 

Hablé con Jofre, quien solicitó apoyo a la Fuerza Aérea Sur del continente. Pasado el mediodía, nuestros aviones atacaron y hundieron a los transportes Sir Galahad y Sir Tristan, ocasionando 51 muertos y más de 46 heridos. Los ingleses lo calificaron como el desastre de Bluff Cove. El ministro de Defensa, John Nott, aseguró en Londres que las pérdidas fueron “trágicas”.

Desde ese día, con la Armada constituimos un original equipo. El capitán de fragata Julio Pérez arribó con un sistema de misiles Exocet MM-38, adaptados para ser lanzados desde una plataforma terrestre al mar, pero carecía del imprescindible radar para proporcionarle al misil los datos de tiro: acimut (ángulo de dirección) y alza (distancia) al blanco. 

El GA 3 poseía un radar Rasit (alcance de 30 km) operado por el sargento Raúl Orcasitas y el soldado Héctor G. Soto. La noche del 11 de junio, Orcasitas me comunicó que tenía un buque “bien adquirido” y de inmediato le pasamos los datos a la Armada. El capitán Pérez, sin vacilar, disparó el misil que hizo impacto en el crucero Glamorgan, que transportaba armas nucleares. El barco quedó averiado, fuera de combate y con importantes bajas. Al término de la guerra, el Glamorgan fue donado a Chile.

El cerco se cerraba sobre Puerto Argentino. El fuego naval y aéreo, incluidas “bobas de racimo” y de la artillería terrestre, se intensificaba sobre nuestros regimientos y los Grupos de Artillería GA 3 y GA 4, este último a cargo del teniente coronel Carlos Quevedo, que concurrió al conflicto convaleciente de una seria operación.

Las erróneas decisiones de Galtieri y aceptadas por Menéndez y Jofre se manifestaron. Se concibió una defensa perimetral sobreextendida, sin profundidad, carente de movilidad, sin reservas ni contraataques planificados, propia de la Primera Guerra Mundial.

También se vulneró el principio de “economía de fuerzas”. De los nueve regimientos de infantería (RI) en las islas, solo cuatro participaron en forma efectiva en combate: el Rl 4, a cargo del teniente coronel Diego Soria, que dejó en el continente un hijo con una enfermedad terminal; el Rl 7, con el teniente coronel Omar Giménez; el Rl 12, con el teniente coronel Ítalo Piaggi, y el Batallón de Infantería de Marina (BIM) N° 5, con el capitán de fragata Hugo Robacio. 

Participaron parcialmente dos: el Rl 6 (teniente coronel Jorge Halperín) y el Rl 25 (teniente coronel Mohamed A. Seineldín). Tres no participaron: el Rl 3 (teniente coronel David Comini), y aislados en la isla Gran Malvina, el Rl 5 (coronel Ramón Mabragaña) y el Rl 8 (teniente coronel Ernesto Repossi).

El 10 de junio, a media mañana, realizamos un ataque coordinado, entre el GA 3 y tres aviones Pucará basados en la isla, sobre blancos que estaban fuera del alcance de nuestros cañones. Sus pilotos eran los tenientes primeros Juan L. Micheloud, Marcelo Ayerdi y Carlos Morales. Fue el primer caso de aero-cooperación en combate en nuestra historia. 

A partir de ese día, era clara la decisión del general Jeremy Moore –excelente profesional y digno adversario– de atacar frontalmente la línea general de montes, de 300 metros de altura: Longdon, Dos Hermanas y Harriet. 

El 11 de junio, alrededor de las 22.00, el Batallón de Paracaidistas 3 atacó Longdon, defendido por una compañía del RI 7. El Batallón de Comandos 45 atacó Dos Hermanas, defendido por efectivos del RI 6 y el Rl 4. Y el Batallón de Comandos 42 lo hizo sobre Harriet, defendido por el RI 4.

Como en toda guerra, hubo debilidades y defecciones. En Longdon, el combate duró varias horas hasta que la fracción del RI 7 inició el repliegue. Se vivió un verdadero pandemónium. Hubo importantes bajas de ambos bandos, entre ellas el observador adelantado del GA 3, el teniente Alberto Ramos. En Dos Hermanas, una fracción del RI 6, con el mayor Oscar Jaimet, tuvo un ejemplar comportamiento.

Sobre el combate en Harriet, el corresponsal inglés, Kim Sabido, en el diario The Sunday Times, consignó: “Nuestros hombres avanzaban lentamente a duras penas. Los que teníamos enfrente no iban a ceder si no era tras una lucha encarnizada”. El día 12, los montes citados estaban en poder enemigo.

La batalla más intensa de la Guerra, la del monte Tumbledown, se desarrolló entre el 12 y el 14 de junio. Los blancos más buscados por el fuego naval, terrestre y aéreo eran el GA 3, el GA 4 y el BIM 5. Un impacto en inmediaciones de mi comando ocasionó heridos y un muerto, el cabo Ángel Quispe. 

El comportamiento y profesionalidad del BIM 5, a cargo del capitán de fragata Carlos Robacio –el mejor regimiento de infantería– fue ejemplar. Los días 13 y 14 se libraron los combates más intensos de toda la guerra. La prioridad del apoyo de la artillería la tuvo el BIM 5, y parcialmente el Escuadrón de Caballería 10, a cargo del capitán Rodrigo Soloaga, en la madrugada del 14. El periodista Bob Mc Gowan, del Daily Express, de Londres, denominó esas acciones como “un episodio terrorífico, desesperado y al mismo tiempo trágico”.

A media mañana, la dislocación psicológica era evidente y el cerco total se había concretado: terrestre desde el Oeste y por mar al Este, Norte y Sur. El aniquilamiento –entendiendo por tal la capacidad de lucha quebrada– había sido logrado por los británicos, al costo aproximado de 300 muertos, 800 heridos, 6/7 buques hundidos y 4/5 averiados, 14/15 aviones derribados y 30 helicópteros en distintas circunstancias.

Ellos, confiados en la victoria, no ahorraron sacrificios en obtenerla, y nosotros, conscientes de una inevitable derrota, combatimos hasta último momento. San Martín sentenció: “Una derrota bien peleada vale más que un triunfo circunstancial”.

El general Anthony Wilson dijo: “Los hombres que se nos opusieron eran soldados tenaces y competentes, y muchos han muerto en su puesto. Hemos perdido muchísimos hombres”. Otro británico, el general Julian Thompson, expresó que fueron “mentiras los dichos de la prensa sobre los oficiales que huían dejando a sus soldados para que fueran masacrados o se rindieran como ovejas”: “Oficiales y suboficiales se batieron duramente”.

El conocido Informe Rattenbach, el informe final de la Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades del Conflicto del Atlántico Sur, aseveró: “Es importante señalar que hubo unidades que fueron conducidas con eficiencia, valor y decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el rendimiento fue siempre elevado”. 

“Tal el caso de la Fuerza Aérea Sur; la Aviación Naval; los medios aéreos de las tres Fuerzas destacados en las islas; el Comando Aéreo de Transporte; la Artillería de Ejército (GA 3 y GA 4); la Artillería Antiaérea de las FF.AA., correcta y eficazmente integradas, al igual que el BIM 5; el Escuadrón de Caballería Blindada 10; las Compañías de Comandos 601 y 602; y el Rl 25. Como ha ocurrido siempre en las circunstancias críticas, el comportamiento de las tropas en combate fue función directa de la calidad de sus mandos”.

La guerra no es una obra de Dios. Siempre es mejor el sendero de la paz. Todos los muertos de Malvinas, argentinos y británicos, siguen viviendo, no solo en la turba isleña y en el mar austral, sino también donde la verdadera humanidad mantiene su alto valor.

*Exjefe del Ejército Argentino, veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.