Un edificio en la avenida Corrientes. Ocho departamentos intervenidos. En cada uno de ellos, una escena que se representa en loop, aunque con mínimas variaciones, a lo largo de una hora y media. Y unos cuarenta espectadores que asisten a esa serie de intimidades expuestas, compenetrados en vincular las historias que se representan con las que les narra una voz en off desde los auriculares de un mp3: voyeurs que van diseñando su propio mapa del fisgón. En esto consiste, palabras más o menos, Interiores, la puesta de Mariano Pensotti gestada en el marco de la programación de intervenciones del Centro Cultural Rojas, y que se convirtió en una de las propuestas más novedosas del Festival Internacional de Teatro, Danza, Música y Artes visuales de Buenos Aires.
Pensotti (Buenos Aires, 1973) es dramaturgo y realizador audiovisual. En 2006 obtuvo el Premio Faena a las Artes, y ése fue el impulso que lo llevó a trabajar, junto a Federico Marrale, Matías Sendón y Mariana Tirantte, en lo que sería Interiores: “Meterse en la casa de un desconocido y ver qué pasa, qué hace, cómo es su vida, qué piensa en ese momento… Esa es la fantasía. El procedimiento de la puesta se asemeja al de un ‘audioguía’ de museo donde se recibe información a partir de un objeto expuesto, y esa información cambia y resignifica lo que vemos. El contraste entre lo que se ve y lo que se escucha, a la manera de la voz en off del cine, genera dos mundos que a veces se complementan y otras contrastan”, cuenta Pensotti. Y explica: “Nos interesa partir de un momento pequeño, cotidiano, y a través de las narraciones acceder a un universo más complejo, insospechado, con un estilo de historias casi imposible de representar con los procedimientos tradicionales del teatro. Una multitud de historias que por momentos se asemejan más a capítulos diferentes de una gran novela”.
La obra –que seguirá los sábados, domingos y lunes de octubre– comienza apenas se ingresa al edificio. Allí, un asistente reparte los aparatos de audio e invita a recorrer la puesta en relativo silencio, “ya que el edificio está intervenido”, insiste, y no abandonado. Después de eso, cada espectador elegirá su propio recorrido. Se puede empezar por la terraza o por cualquiera de los pisos: bajar, saltearse escenas y departamentos.
En la terraza hay un ex profesor de colegio secundario que fue despedido luego de golpear a un alumno. En el tercer piso, un par de jóvenes desorientados con ínfulas terroristas amasan un golpe maestro contra el corazón del sistema capitalista. Un poco más abajo, un hombre se queja: “El VHS arruinó a mi generación”, dice, mientras se prepara para asistir a un encuentro con sus ex compañeros de estudios. Y una mujer recién separada –tal vez el mejor texto de todos– planea comenzar una nueva vida: redecorar el departamento, escribir la novela que siempre soñó y, un domingo cualquiera, ir a la cancha de Boca y, en medio del partido, pegarle un tiro en la cabeza a Mauricio Macri. “Ese sí sería un buen plan de domingo”, se ríe mientras escucha un disco de Madonna.
La puesta, como se adivina, está sostenida en los textos. El trabajo actoral queda, por el propio formato de la intervención, en un segundo plano, restringido al mínimo. “Se trata de una forma distinta de actuar y una forma distinta de mirar. La actuación como un devenir cinematográfico y el espectador como cámara”, propone Pensotti. Y así es: en la obra casi no hay diálogos, y si los hay no pasan de improvisaciones circunstanciales de los actores, que van y vienen, cocinan, juegan al ping pong o miran la televisión mientras los departamentos son recorridos y vividos por los espectadores.