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Utopías digitales

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BCRA. En plena campaña se disparó el debate sobre tener o no moneda propia. | AFP

La idea surgió como un rayo en un debate que, en materia económica, resultaba previsible: el ministro de Economía, en su rol de candidato oficialista, anunció el impulso del “peso digital”, sin dar muchas más precisiones que esa. Suficientes para el esquema de discusión a seis bandas que imponía el formato de esa exposición pública.

Quizá la idea germinó en tierra fértil: en una semana en que el “dólar hornero” pareció cada vez más cercano, la huida del peso “analógico” quedó patentada en el pulso diario a la cotización de la moneda norteamericana. La pulsión argentina por el dólar no es nueva y muchos sitúan el punto de inflexión en otra crisis, esta vez la que desembocó en el Rodrigazo de 1975, una auténtica tormenta perfecta que no dejó aspecto por incluir. Sin embargo, la raíz de semejante movimiento telúrico no fue la decisión discrecional de devaluar y actualizar tarifas de los servicios públicos sino el intento voluntarista de congelar precios, tarifas, tipo de cambio y hasta salarios en el denominado plan Gelbard de “inflación cero” de 1973. Al contrario de lo que hoy podría asumirse, el plan que terminó en un estrepitoso fracaso gozó de un amplio consenso y lo ejecutó un gobierno que había asumido con una victoria aplastante (62% de la fórmula Perón-Perón). Apuntes para una Argentina próxima.

Es probable que, ante la apropiación de la dolarización por parte de la propuesta de Javier Milei, el candidato Sergio Massa haya lanzado el “peso digital” como un camino alternativo para continuar huyendo del peso “oficial”. Sin muchas más precisiones, vale recordar que, en el sinuoso universo de las criptomonedas, la clave de su permanencia en el tiempo pasa por asegurar una fórmula de minado sin interferencias extrañas, transparencia en su cotización y un mercado que le dé la liquidez necesaria para convertirse en una virtual moneda. Recordemos que en el mundo existen actualmente unas 8.500 criptomonedas, pero solamente las diez primeras en capitalización de mercado concentran más del 95% del total.

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¿Podría un eventual “peso digital” poder sobrevivir en esta jungla competitiva?

Decididamente no sin una mano oficial detrás, cristalizada en regulaciones monetarias, permisos y prohibiciones. Es decir, por la misma autoridad regulatoria que hizo la fantasía de un balance que no refleja patrimonio neto negativo porque sobrevalora las letras intransferibles en su cartera emitidas por el Tesoro de un Estado que es un defaulteador serial. Por lo tanto, un “peso digital” respaldado y sostenido por el Banco Central precisaría un blindaje adicional, empezando por que el mismo Gobierno esté impedido de echar mano de un novedoso instrumento monetario. Es el mismo dilema de la dolarización: antes que discutir el establecimiento de una moneda diferente a la que puede emitir el Banco Central, se debería analizar cómo cortar la sangría del déficit eterno del Estado nacional.

Si bien el Excel todo lo puede, argumentar que se cierra la canilla el día uno para que cualquier rigidez abrazada pueda sostenerse en el tiempo precisa algo más que una planilla de cálculo. Como mostró el economista Esteban Domecq en el último coloquio de IDEA, en los últimos sesenta años solo en el 10% de ellos el Tesoro pudo tener superávit fiscal. Unir esta disfunción con la permanente erosión del valor adquisitivo de la moneda nacional es sólo sumar dos más dos. Sobre todo, cuando se toma un período suficientemente largo como para desechar particularidades. Es probable que luego de estos años de estanflación, no se vuelva a discutir si la emisión monetaria genera inflación sino, en todo caso, cuál es la sensibilidad del IPC ante el desequilibrio monetario, pero sobre todo el efecto sobre el brusco cambio de precios relativos que potencia la inflación.

Si todavía se quiere insistir en una moneda propia alternativa y convertir al peso “analógico” en una suerte de cuasi moneda, como en tantas cosas, sólo hay que volver a lo clásico: aún existe el Peso Argentino Oro, que circuló de 1881 a 1929 pero que nunca dejó de estar listada como tal. Precisamente el año del crack bursátil internacional y comienzo de la larga crisis deflacionaria, Argentina abandona el patrón oro y desancla su moneda. Pero aun con una “tokenización” de esta moneda 100% argentina, la solución mutaría rápidamente a una burbuja. Al fin y al cabo, la economía es la ciencia de la escasez, una restricción intrínseca a la actividad humana a menos que se la intente ignorar en utopías que sólo postergan el choque contra la realidad.